Si un par de chavalillos, asomados tras la barra de un bar en Litago, les piden a algunos poetas, que salen de comer un buen asado de ternasco con patatas –alumbrado por un excelente Coto de Hayas-, que les digan algunos versos: esto quiere decir que el Festival Internacional de Poesía Moncayo, que se celebra en la comarca de Tarazona y Moncayo, es un auténtico éxito. Eso quiere decir que la poesía no camina ajena a la realidad. Nunca camina ajena a la realidad. Y eso está claro en el Festival Internacional de Poesía Moncayo.
La edición de este año ha estado centrada en la conmemoración de la figura del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, y el viernes por la tarde subimos a la falda del castillo de Trasmoz, sobre los tejados de los nichos del cementerio, abocados al somontano. Y allí, con la ayuda de unas cuantas brujas de las que todavía siguen apareciendo por esos parajes –y para largo va-, concelebramos la apoteosis de Bécquer, descubriendo una escultura del poeta, realizada por Luigi Maráez, gracias a su empeño moral y económico. Bécquer perenne contra el cierzo. Ahora sí, dominador, el gran Bécquer, cuya figura histórica y literaria, tan diferente a la de su leyenda, evocó y fijó por la tarde el profesor Jesús Rubio, al presentar – ya en la iglesia de Veruela- su edición de la tercera carta que el poeta mandó desde Veruela a su periódico en Madrid, una “carta desde su celda”.
Celebraciones, representaciones teatrales, danzas, interpretaciones musicales, lecturas a cargo de excelentes poetas. El Festival de Poesía del Moncayo demuestra que la cultura avanza a cada paso con la vida, en el tiempo y en el espacio, bajo el signo de la pasión y del conocimiento. Al colofón de actuaciones y lecturas de la tarde en la iglesia de Veruela no me pude quedar hasta el final, aunque la parte a la que asistí me sorprendió: por la elegancia y la calidad. Tampoco llegué para escuchar el pregón, dictado en Litago la tarde del jueves 28, por el siempre sembrado Manuel Martínez Forega. Sí puedo asegurar que la lectura de poemas, en la mañana del viernes 29, hizo resonar entre los muros del Museo del Vino acentos contemporáneos y rotundos, muy diversos, bien engastados. Una sesión magnífica, bien planificada por Trinidad Ruiz Marcellán, a cargo de poetas muy heterogeneos (Zhivka Baltadzhieva, Germain Droogenbroodt, Ana Muñoz, Agustín Porras, Manuel Vilas), que por ello mismo compusieron un cuadro vibrante, intenso.
Luego,
Zhivka, cuyo nombre significa Vida en búlgaro, me habló con pasión y rabia de esa vida y del dolor. Esta mujer pequeña, tan poderosa…
Y a Germain Droogenbroodt le escuché comentar con entusiasmo acerca de Valente y Gamoneda, del Tao, del Zen, de sus ediciones en India … y vimos con él y su esposa dulce el claustro de Veruela evocando las formas arquitectónicas y los lugares del mundo que le hacen vibrar a uno…
Y Agustín Porras nos contó sus cosas importantes de familia, su alucinada estancia en la Casa del Poeta, nos trajo sus ediciones de revistas y libros, nos condujo algunos ratos por su entusiasmo…
Y Ana-anica-manzana miraba mucho, mucho; esta mujer mira tanto y sonríe y sabe… lo que tiene y lo que le queda por tener… Ana Muñoz, que es más feliz desde que tiene su guitarra acústica…
Y Manuel Vilas estaba cansado y sin embargo no cesaba de preguntar, siempre pregunta Vilas, que el sábado fue pregonero en su ciudad de Barbastro.. un nuevo personaje quizás la continuación de España, el Vilas-pregonero, o qué.
Y cuánto agradecí la frescura de la representación de “El acebo del Moncayo”, a la fresca del claustro, al mediodía: nunca ya me parecerá triste ni romántica la leyenda del Monte de las Animas, lo juro, nunca más, después de todo lo que me reí con la versión de estos mendas … A esto le llamo yo un buen punto de vista, ¡por dios!, ¡qué majos! Aún me río, ¡qué bien!

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