Vuelvo a casa y me encuentro con una fiesta. Literal. Vuelvo a mi barrio del Actur zaragozano y me encuentro con la invitación para la fiesta de apertura de la
Librería Cálamo-Actur. Lleva un mes funcionando. Pero está bien terminar septiembre con una fiesta. Y es más que bueno que sea una fiesta para celebrar la apertura de una nueva sede de los de Cálamo, y además en mi barrio, donde las únicas librerías que tenemos están dentro de GranCasa, el centro de las ilusiones de todos los vecinos, dice su slogan, el gran centro comercial (omphalo) umbilical que nos reúne a todos. Pero Cálamo es otra cosa. Como lo fue la librería que hasta hace unos meses resistió en la avenida de Pablo Picasso, una de esas librerías de barrio a las que aludía ayer Paco Goyanes durante la fiesta de Cálamo-Actur y que tan integradas están por ejemplo en la vida ciudadana de París. Por nuestro bien, esperamos que esta vez haya más suerte. A mi me baja la bilirrubina saber que estos chicos “calamozanos” se han atrevido a seguir la senda del policentrismo que vive la ciudad. Se han instalado en la calle María Montessori, 5, en frente de la futura nueva sede de la Escuela de Artes y al lado de la tele autonómica.
Está muy bien que los barrios incorporen las librerías a su tejido social. Las librerías deberían de ser una punta de lanza y un escaparate de la vida cultural de nuestros barrios. Deberían ser lugares de generación de corriente cultural entre la vida del barrio y la de otros ámbitos de la ciudad y de fuera de ella. Así que la apertura de Cálamo-Actur es una alegría y una esperanza. Como la de de El Pequeño Teatro de los Libros en el barrio de Las Fuentes, que ya comentó en su día Javier López Clemente. Una librería preciosa, que está en la calle Silvestre Pérez, 21, y que además tiene una sección dedicada al teatro, comm´il faut.
Ayer en la fiesta de Cálamo-Actur (no estuve mucho rato, me fui cuando llegaba el ternasco, cachis…) pensé que estos días de ausencia me había perdido muchas cosas de las sucedidas en la ciudad. A menudo creo que el estado ideal del humano es el viaje, la vida nómada. Sin embargo, me atrapa la nostalgia cuando en los regresos hago cuenta de todo lo que he dejado de vivir mientras una estaba fuera. Por lo menos llegué de puntas en el último día de septiembre y con una alegría.
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