En la parada del autobús en el Actur (ayer por la tarde):
– ella: … no, somos una pareja . Eso. Mira (señalando hacia un automóvil que emerge por la boca del parking del centro comercial), mi coche es de ese color, ves, amarillo.
– él: más bien mostaza.
– ella: bueno, amarillo, verde no es.
– él: amarillo, amarillo, no es; mostaza. El mostaza tiene un poco de verde.
– ella: dorado tampoco.
– él: no, entonces tendría un poco de azul. Claro que, fíjate, el azul sale del amarillo y el verde. De colorimetría yo sé mucho, de pantones y eso. El marrón, ¿cómo sale?
– ella: ¿el marrón?
– él: del negro y el amarillo, mucho más negro que amarillo.
– ella: claro. Mi coche es pequeño.
– él: mujer, mediano más bien.
– ella: vale. Un Mini, ¿es pequeño o mediano?
– él: pequeño, pero…
Mi autobús llega: mi autobús es el número 23. Llevo cogiendo este autobús toda la vida; es el autobús que pasa por la casa de mis padres, al otro lado de la ciudad . Ya lo cogía, cuando era niña-adolescente y los autobuses tenían unos peldaños altísimos como de monasterios románicos ambulantes. Pero ahora no voy a casa de mis padres. Voy al Centro, a casa de Mónica Gutiérrez, que hace bisutería MTuent como si fuera literatura y literatura como música. En casa de Mónica están también la novelista Patricia Estebán, que juega con los espejos como si sujetara cometas entre las capas de las palabras, y la poeta Marta Navarro, que pinta el aire atravesándolo de emociones y colores y perfiles – veladuras, se llama éso-. Y está Jazz, que es la perrilla de Mónica. La casa de Mónica está llena de historias. Ahora tengo un par de anillos más (guapísimos; cada objeto es importante, cada objeto trae consigo sus historias). Me voy la primera de la fiesta y demasiado pronto, – pues Agosto es un mes para las desapariciones (bajo el Arco del Deán se producen la mayoría de las desapariciones que ocurren en la ciudad y ayer era un día propicio). Me voy pronto pero volveré otra veces, porque todo ésto está en el Centro.
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