Me encontré con la poesía de María Wine por primera vez en 1978. Por lo menos eso dice la fecha que escribí en el tomo de color verde titulado “Antología” y editado por Plaza & Janés, con textos traducidos por Justo Jorge Padrón. Los leí con mucha dedicación y muy impresionada por su lenguaje directo, sencillo y eficaz. Subrayé mucho. Por aquel tiempo ese lenguaje “tan mínimo” me enseñó una forma diferente del tiempo poético a aquel al que yo estaba más acostumbrada: los románticos ingleses, el siglo de oro español, la generación del 27, los simbolistas….. Entonces me gustaba mucho el cine de Bergman y la poesía de María Wine en algunos aspectos, sólo en algunos, me lo recordaba: la capacidad de llamar a las cosas más terribles por su nombre, sin necesidad de dar circunloquios, como hacemos muchas veces los mediterráneos. Eso me parecía muy norte-europeo: pasar sin transición de la luz a la sombra y viceversa. Y aún sigue pareciéndomelo. Será cosa del paisaje, quizá.
De todas formas encontré muchos mensajes en los poemas de Wine que todavía no acertaba a compartir. Sí, entender. No, compartir. Supongo que era cosa de edad. María Wine comenzó a escribir cuando tenía ya unos pocos años más de los que yo contaba cuando la encontré y los primeros poemas de aquella “Antología” datan de cuando la poeta había cumplido treinta. Aunque estas cosas las pienso ahora.
Hubo veces después en que releí algunos de esos poemas, en determinados momentos. Luego, la verdad, pasaron años sin abrir ese libro verde. Hace poco compré otra edición de poemas de Wine traducidos al castellano: la de Francisco Uriz, en Libros del Innombrable, reunidos bajo el título “La incierta nave del quizá”. Y como éste y el libro verde son dos libros creo que bastante diferentes, en cuanto a la selección de poemas y concepción de la edición –además de que el de Padrón sólo alcanza hasta 1975 y el de Uriz lo hace hasta el año 2000-, he ido un poco de uno a otro. Me parece que esta vez si he compartido muchas cosas de las que cuenta María Wine. Supongo que será cosa de la edad.
Los prólogos de ambos volúmenes ayudan mucho a entender el universo de esta poeta danesa de nacimiento, aunque sueca por adopción y por amor, pues María Wine empezó a escribir poesía después de unirse al también gran poeta Artur Lundkvist, en 1936, y lo hizo en sueco. Francisco Uriz puntualiza bien que quizá este uso del sueco (un idioma no propio en origen) es el que le lleva a escribir de forma sencilla, concreta, con gran cantidad de imágenes de la vida diaria. Sea como sea, de manera tremendamente efectiva y afectiva.
Copio dos poemas, traducidos por Francisco Uriz y entresacados de ese libro “La incierta nave del quizá”. Por cierto que hay un post de Antón Castro sobre las memorias de Francisco Uriz en el que se hace mención a su relación profesional con el esposo de María Wine, Artur Lundkvist.
Expedición de descubrimiento
Si no tuvieras
tantísima prisa
(a tu muerte llegarás en todo caso a tiempo)
podrías darte cuenta de muchas más cosas.
Podrías por ejemplo descubrir
que la yema de tu dedo
tiene la misma forma abovedada
que un grano de uva
que su piel tiene el mismo dibujo
de pequeñas estrías acanaladas
que la piel de la uva
y que cuando aprietas la yema de un dedo sobre otra
la sensación de blanda dureza es la misma
que cuando la aprietas sobre la uva
Descubrirías
que los párpados de los ancianos
bien están toscamente arrugados como piel de higos
bien tenues y transparentes
como la película del ojo de un pájaro
Tendrías tiempo de ver
que en el esmalte brilla una sonrisa
que el cuchillo en realidad es un rayo capturado
y que la caballa ha sido asada a la parrila por la sombra
Descubrirías que
a menudo una piedra dura protege
un secreto blando
y tendrías tiempo de escuchar la melodía
que suena dentro de cada pelo
Podrías leer el mensaje de la escarcha
en el cristal de tu ventana
y asombrado descubrirías
lo difícil que es llorar
bajo un sol deslumbrante
así como que se necesita coraje para atreverse a reír
en la oscuridad nocturna
Si fueras un hombre
descubrirías
que la mujer que llevas dentro ansía
permiso para echarse a llorar
y si fueras mujer
que el hombre que llevas dentro ansía
permiso para dar cuenta
de tu malgastada debilidad
Descubrirías
que casi todo lo que les reprochas a otros
es un reproche que has evitado hacerte
Si te dieras tiempo para contemplar
la alfombra del paisaje que has tejido con tu vida
podrías descubrir muchos senderos que te has saltado
a los que nunca podrás volver
Y quizá gracias a tu descubrimiento
dejarías de saltarte el día
para alcanzar rápidamente la noche
dejarías de saltarte el invierno
para llegar rápidamente al verano
y con este conocimiento
alargarías tu vida considerablemente.
Desolación
Ella siguió viviendo su vida
en la habitación donde él había muerto
para seguir respirando siempre
sus últimos suspiros
reflexionar sobre las últimas
ideas que él pensó-
Se metía en sus ropas
se sentaba en su sillón
y leía una y otra vez
el último libro que él había leído
pero nunca pasaba de la página
a la que él había llegado-
Llevaba en la muñeca
el reloj de pulsera de él
que había hecho tic-tac a la velocidad de su pulso vivo
y ahora lo hacía débilmente al compás
del pulso renuente y triste de ella
Comía con los cubiertos de él
bebía de su taza favorita
Se peinaba con el peine de él
delante de su espejo
Se quedaba largo ratos mirando
al espejo buscando inquisitiva
como si esperase que la profundidad
le fuera a devolver por compasión
el rostro de él.
(María Wine murió, cumplidos los noventa años, creo que en el año 2002, aunque algunos textos señalan como fecha de su fallecimiento 2003. Su esposo había muerto en 1991 y hasta ese momento permanecieron unidos desde que se conocieron.)


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