
Ni tan siquiera el viejo ventilador del techo,
cadencioso en su viaje de noria,
ha podido deshacer el ardor de la tarde.
Tú, desnuda, con los ojos cerrados,
elaboras un juego de caricias
como en un remoto sueño
que en tu piel se dibuja.
Se hace sudor y escalofrío: deseo,
y un ahogado gemido se prolonga
en la luz de tus dedos
como si un traslucido tesoro
hiciera de tus blancas piernas
un lugar de encuentro
donde cantar un salmo al placer,
volcán de almizcle derramado
con que desearas saciar unos labios lejanos
con la única compañía impasible
del viejo ventilador y su zumbido.
* Este poema de Fernando Sarría me gustó por su atmósfera y por el juego entre los brazos, de todos los brazos. El ahora me deja que lo traiga aquí. Disfrutadlo.
* La imagen es la de un cuadro de Amadeo Modigliani

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