Hace fresco este verano. Las tardes son un permanente anuncio del otoño, aunque quedan todavía muchos días de estío. Cada jornada es una mezcla de sensaciones que se suceden a lo largo de las horas: desde la plenitud del sol estival del mediodía hasta la melancolía de la tormenta vespertina o del viento altano desatado. Quizás esta incertidumbre y esta indefinición han llevado a muchos veraneantes a dejar la costa antes que otros años. Pero a mi me gusta este tiempo que conduce a otro. Y no me importa que la nostalgia venga a apoderarse poco a poco de mis gestos. La más pura nostalgia siempre la he sentido durante los últimos días de las vacaciones estivales. El tiempo de vacaciones no es únicamente espacio para el descanso. Es un tiempo de reconciliación con uno mismo. O todo lo contrario, claro. Es un tiempo de re-conocimiento.
Hay un acontecimiento diario en Cambrils que es tanto un espectáculo como una especie de ceremonia. Sucede entre las tres y las cuatro de la tarde y se trata del regreso de la flota de pesca al puerto. Si uno se va a la punta de alguno de los espolones puede ver como desde el horizonte, a derecha y a izquierda, van empezando a asomar las embarcaciones, que crecen y se acercan, todas al unísono, a una sola voz. Ya en las proximidades del puerto, los barcos ocupan cada uno su lugar en una larga fila que apunta a la bocana. Luego, conforme van entrando en el puerto, amarran cada uno en su sitio, en un orden perfectamente ejecutado día tras día, en mitad de la tormenta de gaviotas. La gente acude a contemplar esta coreografía y permanece luego entre los muelles, mientras los pescadores limpian, separan, manipulan la captura del día, y empieza la lonja. Los pescadores están realmente cansados, pero cuando la pesca ha sido buena, sus voces y sus gestos siguen transmitiendo una energía y una alegría muy particulares.
Durante los meses de invierno, en la ciudad, a menudo pienso en esa imagen de los barcos entrando en puerto y de los pescadores afanados en concluir su jornada. Y es como si se abriera de nuevo una ventana al tiempo del estío. Y pienso entonces siempre que es ciertamente curioso que mi imagen del tiempo de vacaciones no sea la de la playa llena de gente en este lugar costero, sino la de la diaria danza de los barcos buscando el puerto.


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