Pero también me gustan mucho las penumbras del verano. Las penumbras con que la sabiduría ancestral de los pueblos del Mediterráneo ha hecho frente al calor aplastante del estío. Recuerdo con especial cariño la fresca penumbra matinal de la cocina de la casa de mi abuela, en un pueblo del Jalón; o la más espesa penumbra de la hora de la siesta en el dormitorio de la planta baja, con las cigarras atronando desde todas las esquinas blancas de la tarde. La penumbra, el silencio dentro de los muros, y el solitario canto-ruido del exterior irrespirable, traen a mi imaginación una de las más puras sensaciones de los veranos de mi infancia. El tiempo lento.
Mi madre tenía igualmente la costumbre, en el verano, de bajar temprano todas las persianas de casa, después de haber refrescado los suelos, procurando dejar abiertas las ventanas a través de las cuales entraban en las habitaciones las tan agradecidas corrientes de aire. Y me he dado cuenta de que yo sigo haciendo lo mismo en esta casa, aunque este verano nos haya sorprendido con un tiempo casi otoñal. Pero tanto ayer como hoy, aquí en este lugar donde apuramos ya las últimas horas de las vacaciones, ha vuelto el verano en su más espléndido traje. Y por fin he podido recuperar en este estío aquella antigua sensación de luces y penumbras. Afortunadamente esta casa ha heredado la sabiduría con que antes se construía: evitando en todo lo posible las agresiones del clima; procurando el aprovechamiento de sus dones. Así que seguimos practicando las viejas costumbres: buenos toldos, bajar persianas, abrir al norte y al sur para crear corrientes de aire (si sopla brisa del sur, desde el mar, mucho mejor que cuando el viento viene desde los montes, más frío y violento). Mucho mejor la brisa de la penumbra que el aire acondicionado.
Las de los toldos también son buenas penumbras. Sobre todo al mediodía, hora de soledad acompañada de un café y un buen libro, por ejemplo. O de un puñado de gente querida con la que prolongar las horas del mediodía, que son horas que no acaban. En esto pensaba ayer, bajo el toldo, entre mis manos «Los libros arden mal» de Manuel Rivas (siempre voy con retraso, aunque entiendo que en ésto de la literatura no debiera haber tantas prisas); cerca, al otro lado de la calle, el rumor somnoliento de un grupo de personas que rebullían junto al chapoteo de la piscina y un encadenamiento de melodías nostálgicas. Tópica, y a menudo un “puntito hortera” imagen del verano, que, sin embargo, ligó de pronto este verano a otros veranos, de nuevo, de la infancia.
“Santa mandra del migdia”, canta Serrat en la canción “Cremant nuvols” del disco “Mô”. Y esa canción cobija sin duda la penumbra interior del mediodía de verano, mientras afuera las nubes queman bajo el sol. Benditas penumbras veraniegas donde todo es posible: el sueño, la lectura, la soledad, la compañía, la nostalgia, los proyectos pensados entre cabezada y cabezada. Bendita penumbra en la que sobre todo es posible el amor.
Ahora escribo todo esto también envuelta en la penumbra del salón. En frente de mí, el toldo del jardín esquiva el sol de las cuatro de la tarde y “el noi Serrat” me guiña un ojo con su música, mientras insiste la chicharra interminablemente.
Esta es la letra de la canción «Cremant núvols» que canta Joan Manuel Serrat en el video de arriba, y que creo ya traje a este blog en un antiguo post:
Cremant núvols passa el sol
vertical i el món s\’atura.
Demanant pietat al foc
s\’amaguen les criatures
a l\’ombra de qualsevol
ombra que Déu els procura.
Cremant núvols passa el sol.
El dia cau de genolls
pidolant la migdiada.
A les parpelles amb son
els rellisca un fil de baba.
I tot dol i res no vol
i tot pesa i res no passa.
Cremant núvols passa el sol,
cremant núvols el sol passa.
L\’ànima abandona el cos
tèrbola i embriagada,
fantasia d\’un amor
d\’eternitat limitada.
No treu banyes el caragol
ni s\’enfila a la muntanya.
Cremant núvols passa el sol.
Vigila en travessar el bosc
que els matolls, orfes de pluja,
podria calar-s\’hi foc
si els freguessis amb les cuixes.
A l\’ombra del teus llençols
t\’espero, no triguis massa.
Cremant núvols passa el sol,
cremant núvols el sol passa.
Patrona dels inactius,
Santa Mandra del Migdia,
protegiu l\’amor furtiu:
si així ho vol Déu, així sia,
especialment al juliol
quan, reclamant companyia,
cremant núvols passa el sol.
Cremant núvols passa el sol,
i tu i jo cardant a l\’hora
que en altres contrades plou
i a una altra part el món plora.
Uns de festa, altres de dol,
uns lluiten, d\’altres s\’abracen.
Cremant núvols passa el sol,
cremant núvols el sol passa
—————————————–
Quemando nubes pasa el sol
vertical y el mundo se detiene.
Rogando piedad al fuego
se esconden las criaturas
a la sombra de cualquier
sombra que Dios le procura.
Quemando nubes pasa el sol.
El día se hinca de rodillas
mendigando la siesta.
De los párpados, con sueño,
resbala un hilo de baba
y todo duele y nada quiere,
y todo pesa y nada pasa.
Quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes el sol pasa.
El alma abandona el cuerpo,
turbia y embriagada.
Fantasía de una muerte
de eternidad limitada.
No saca los cuernos el caracol
ni se encarama por la montaña.
Quemando nubes pasa el sol.
Cuidado al cruzar el bosque
que los matorrales, huérfanos de lluvia,
podrían arder
si los rozaras con los muslos.
A la sombra de tus sábanas
te espero. No tardes demasiado.
Quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes el sol pasa.
Patrona de los inactivos,
Santa Pereza de la tarde,
proteged el amor furtivo
-si así lo quiere Dios, que así sea-,
especialmente en julio,
cuando reclamando compañía
quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes pasa el sol
y tú y yo echando un polvo mientras
en otros rincones llueve
y otra parte del mundo llora.
Unos de fiesta, otros de luto.
Unos luchan, otros se abrazan.
Quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes el sol pasa.


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