y en su abanico el aire se acomoda.
Cercados por el canto de las cigarras,
tú y yo sin mirarnos buscamos otros paisajes, otros tiempos,
cuando la penumbra era un bien necesario
y las baldosas mojadas
refrescaban la obligatoria siesta del estío.
Veranos en el campo y en el pueblo,
en los que el sol reinaba con su ácido limón
y eran eternas las horas.
Niños,
aprovechábamos los descuidos de los mayores para huir a la plaza,
bajo los soportales de piedra jugábamos al gua,
a la raya y a los montones
y sólo volvíamos a casa en el momento de la merienda…
pan con vino y con azúcar…
aquellas olivas negras y el chocolate Luik…
Quizá sea un sueño del verano y de mi infancia.


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