El joven traductor de Horacio
Yo quisiera ser otra vez aquel joven
Ávido de una traducción latina, de unos deberes escolares.
La mañana del sábado, de nueve a dos, así la pasa,
Pegado a diccionario, gramática y clásica retórica.
Contento de sus hallazgos, donde el mundo antiguo
-República, crímenes, ejércitos, esclavos-
Ve resplandecer y de su presente permanece ignorante, ajeno.
Quisiera que mi ambición volviera a ser la misma.
Quisiera que diccionario, versos romanos de enmarañados
Mitos y prosodia, fueran el gran tesoro azul de mi esperanza,
Como lo eran entonces, de mi alegría secreta y de mi descubrimiento.
Oh, descubrimientos particulares del joven en el latín inmerso,
Tan ajeno a la cólera de los hombres vivos,
Tan sabio en su hermosa ignorancia, sobre una mesa camilla,
Mientras la madre realiza las faenas de la casa y pone ya
La mesa y se oye la llave del padre en la puerta que regresa,
Y el joven va puliendo, en trance no menor de vida y poesía,
El significado de los versos y la ley que los fundara
Que confiará a su preceptor el lunes, con la sonrisa de quien sabe,
Con la devoción ardiendo y la ambición encadenada.
Cuando leí este poema recuperé en un chispazo imágenes y sensaciones de antaño. Cambiaría muy pocos detalles. Acaso Horacio por Virgilio, preferentemente. Pero eso es lo de menos. Hoy he vuelto a él y os lo cuento.
El poema “El joven traductor de Horacio” pertenece al libro Las arenas de Libia.


Replica a ybris Cancelar la respuesta