
Margarita fumo su cigarrillo, miró a su alrededor- puso su blusa en orden y caminó tan hermosa que él tuvo que esperarla para siempre.
Dura la caricia lo que el tramo breve de la sombra al mediodía. Margarita lo sabe: en la estrecha calleja medieval no alcanza el aire sobre los puentes trepa la humedad y florecen los antiguos palacios desollados. Donde cesa la lluvia comienza el horizonte, termina la ciudad -(de nuevo la ciudad), lamida por mil lenguas que el mar devora.
Margarita sonríe. Demasiada belleza para el hombre que deja su maleta en consigna, mira a su alrededor y entretiene sus manos en un juego sin fin de cigarrillos. Margarita lo sabe.
Es una vieja, muy vieja película. La belleza de ahora fue en otra historia y de otra forma contada tan sólo ostentación que el tiempo melancólico y estúpido desgasta y enaltece. Vestida como un escaparate Margarita sonríe. Margarita lo sabe.
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* Fernando Sarría colgó este poema el otro día en su Crepusculariosiglo21. A Lamima parece que le gustó (y también a Ybris -gracias, maestro): como sigue siendo su cumpleaños, lo pego ahora aquí. La foto es de otro maestro, Carlos Manzano.
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