La fotografía viene desde el blog «A viva voz», incluida en un post sobre la Asociación pro Discapacitados Psíquicos de Alicante
El otro día mencionábamos, en los comentarios al post sobre el Día internacional de las personas con discapacidad, la celebración anual en México de un
Teletón, de una gala televisiva de recaudación de fondos destinados a la rehabilitación e integración de los niños con discapacidad. Dicha gala va a ser retransmitida este año también por varias cadenas de televisión españolas conjuntamente con México. Y esto me ha dado qué pensar.
La historia de estos “Teletones” dedicados a los niños con discapacidad, que se han extendido por diversos países iberoamericanos, se inicia en Chile. En diciembre de 1978 en ese país, el conductor de televisión Mario Kreutzberger, conocido como “Don Francisco”, hizo público el compromiso de apoyar a las personas con discapacidad, proyecto que hoy en día en muchos países de América Latina se conoce como Teletón. Los medios de comunicación se unieron para participar en un evento que duró 27 horas de emisión continua y que transcendió las fronteras de ese país.
En la actualidad son doce países iberoamericanos, además de Chile, los que realizan un Teletón para recaudar fondos: Brasil, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Perú, Panamá, Paraguay y Uruguay. Todos ellos se hallan integrados en una organización internacional, ORITEL. Detrás de cada uno de estos eventos se ha erigido la respectiva Fundación Teletón, que gestiona y distribuye los fondos recaudados y de cuyos patronatos forman parte destacados empresarios y medios de comunicación, que desconozco si además contribuyen económicamente o no al sostenimiento de dichos institutos, fuera de sus aportaciones durante el evento televisivo. Esperemos que sea que sí.
A razón de lo que leo, parece indudable que estas fundaciones están realizando una labor importante, casi fundamental, en sus respectivos países tanto en el ámbito de la rehabilitación como en el de la integración de los niños con diversidad funcional, ayudando a informar sobre las circunstancias y necesidades de la vida en discapacidad. Y es indudable, por otro lado, que el público que colabora en los maratones televisivos, que sustentan los presupuestos necesarios para las actuaciones de las fundaciones, lo hacen movidos por una indudable emoción solidaria, por la empatía que se produce de forma abrumadora durante las horas en que transcurre el maratoniano programa.
Así que a ver si me explico, porque no quisiera que se entendiera que no valoro en lo que se merece el esfuerzo y los logros tanto de la gente que trabaja día a día en las fundaciones Teleton, como del público que colabora con ello. Se dice en la página web del Teletón chileno:
“La confianza que el público tiene en la figura del carismático animador, ha sido fundamental para la consolidación de esta obra que no tiene distingos sociales ni políticos y que se funda en la solidaridad y la emoción”.
Frente a lo que indica esta simple frase, yo entiendo que las actuaciones encaminadas a la rehabilitación e integración de las personas con discapacidad han de ser, por un lado, directamente asumidas por el entrado social desde las instituciones gubernamentales de diversa índole. Igualmente por instituciones sociales de ámbito privado, siempre contado con la supervisión y coordinación de unos planes administrativos y presupuestarios que garanticen unos mínimos generales al mayor número posible de personas.
Pero lo que me produce una ineludible inquietud intelectual respecto a los maratones televisivos para recaudar dinero es su tradicional apelación a la “beneficencia”, a algo así como un “comportamiento caritativo” por parte de los individuos. Pues desde mi punto de vista, en este siglo XXI en el que vivimos y con todas las recomendaciones internacionales existentes ya, por lo que deberíamos luchar es por una comprensión del hecho diferencial de la discapacidad no como algo ajeno a la sociedad, sino como una parte más de esa sociedad a la que es necesario atender como se atiende otras. Es decir, no se trata tanto de conmover la conciencia individual de cada persona una vez al año, sino de que cada ciudadano, como miembro de una colectividad, entienda tanto emocional como racionalmente que los discapacitados son otros ciudadanos más, de igual nivel. Que desde ese presupuesto se debe atender a sus necesidades específicas y una parte del presupuesto nacional anual debe destinarse a ello con suficiencia, como se entiende que debe hacerse con las pensiones, la salud y otras cuestiones básicas.
Parecerá una cuestión de formas, pero no lo es. Creo que entre un supuesto y otro va un mundo, todo un mundo de actitudes, de gestos, de responsabilidades continuadas y diarias, de comprensión cotidiana.
La realización de
maratones televisivos, dedicados a diferentes temas (enfermedades o circunstancias incapacitantes, desastres naturales, etc) se lleva a cabo en muchos países (Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón, España…) y especialmente alrededor de las fechas navideñas. Quizás podría admitirse algún matiz entre las ayudas recaudadas para un desastre puntual e inesperado y las destinadas a subvenir situaciones que el sistema social tendría que reconocer e integrar. Aunque tampoco lo tengo muy claro.
Hay que pensar que si los Teletones gozan de tanta implantación muchos países es porque el sistema social no alcanza a subvenir todas las necesidades que se plantean. En ese sentido, más vale que existan los Teletones, claro. Porque prefiero que existan a que los críos a los que se puede atender mediante su celebración dejen de estarlo. Este año, como dije al principio, la emisión del Teletón mexicano va a llegar algunas cadenas de televisión españolas. Se anuncia que el 70% de lo recaudado irá destinado a los niños con discapacidad del Estado de Chiapas en México; el 30 % será para los españoles. Es decir, parece que también a este lado del océano se detectan carencias que no podemos suplir con el sistema social. Y si eso es así a pesar de la recién aprobada Ley de la Dependencia, no terminamos de estar donde deberíamos, creo.
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