Suenas en mi memoria
con la voz que me recuerda a Joan Crawford en Johnny Guitar,
y desbaratas con ella la crueldad del canto de los pájaros.
Pero no hay más futuro salvable
que el silencio en la mirada de tu amante,
mientras el café negro y cargado que llevas en tus manos
recorre en sus círculos tus ojos ausentes,
y él apenas ha visto nada que merezca la pena destacar
en medio del invierno y su derrumbe.
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Debo resarcirme del vértigo,
este río insondable de aguas oscuras
que me cierne en su abismo húmedo.
Ahora el amanecer es una estación más del día.
En la región de tu cuerpo la geografía no me indica nada,
como si las carreteras secundarias de tu piel
no tuvieran más que la dirección incorrecta de mis manos.
Así y todo, rehúso abandonar la cama, el cuarto,
la lámpara encendida donde se vislumbran los desagravios del sueño,
aunque tú te hayas ido a derrotarte en tus propios deseos
y yo siga cernido en el trapecio de una noche muerta.


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