Para deshacernos el uno del otro
no basta con no estar desnudos en el mismo cuarto,
en la misma cama de húmedas y revueltas sábanas,
ni siquiera no habernos devorado en cada rincón de la piel del otro.
No, no sólo es esto lo que nos debemos.
Hay que reencontrarse con la soledad de la ausencia,
con el cuerpo que resguarda el silencio,
el crepúsculo donde ya no estamos,
el sofá abandonado a las palabras,
la luz intermitente y amarilla,
la noche cabalgada sin caricias,
el desayuno frío en una madrugada de invierno,
y toda la calle para ti, absuelta de vértigo,
indefinida en su abordaje,
un puerto sin más barcos que tu huida.


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