Ayer por la tarde hacía demasiado viento para permanecer largo rato en la playa. Así que luego me fui a dar una vuelta por el pueblo, básicamente a hacer algunos recados. Entré en la librería Galatea, por la que me gusta merodear un rato siempre que voy a Cambrils. Y allí, en primera fila de novedades encontré la última novela de David Trueba, “Saber perder”, que aún no he leído, no, pero a cuya presentación “mundial”, como dijo el propio Trueba, asistí el lunes pasado en Zaragoza, en otra de mis librerías-trampa, Los Portadores de Sueños.
Las presentaciones de libros tienen mala fama. Pero lo cierto es que muchas de ellas son simplemente un lugar de encuentro de amigos, de intercambio de pareceres, de historias, de chismes también, sí; son excusa para pasar un buen rato durante y después de la ceremonia. La de “Saber perder” fue bastante especial. Oficiaron, junto a David Trueba, Luis Alegre, Daniel Gascón y Pep Guardiola, que hablaron de todo lo divino y lo humano que se les ocurrió: del libro, claro, aunque tampoco mucho, de famosos, de Andy García, de la inmigración, de fútbol, de Barcelona, de Zaragoza… La parte erudita la encontramos en la reseña que Daniel Gascón había publicado el jueves en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón y que se puede leer en su blog. Por cierto, la caña en el Café Zaragoza de la Plaza de España se está convirtiendo en una costumbre para algunos.
En Galatea compré “Ferry de octubre a Gabriola”, de Malcolm Lowry, un autor al que admiro en profundidad, seguramente porque nunca le importó perder pie. Pero no es esa la novela que he empezado a leer en Cambrils. En Cambrils he comenzado “Níquel” de Ferrer Lerín, que tenía pendiente y que se abre así: “Febrero, 1960. Joseph, La Muerte, camina por el oscuro, frío y húmedo pasillo que de la sala de disección conduce a la plataforma. La colilla en los labios, gafas con cristales de culo de vaso, interminable bata que debió de ser blanca arrastrando casi tanto como los dos cadáveres que lleva sujetos bajo los brazos.” Y digo: joder, menos mal que la playa me relaja. Lo que no sé es cómo tendré valor para leer esta novela ahora, a orillas del Ebro roto y de los gigantescos insectos que de día y de noche preparan la llegada de la Expo como la del advenimiento del día del juicio final.
Cuando volví de mi paseo atardeciente de ayer, Inma, la madre de Daniel, ese sobrino que se ha independizado en su propio blog, me cuenta que han llegado los pulsadores para el ratón adaptado del ordenador, que parece que los maneja bien y que el gran Daniel ha vuelto a merendar m-a-s-t-i-c-a-n-d-o una rebanada de pan con tomate (ya sabéis que no todo el mundo es capaz de masticar). Y estas cosas huelen a tierra, y a esperanza, y no importa que haga ventolera (como suele suceder en esta fecha cinco de marzo, en la que en Zaragoza es fiesta de guardar, porque se conmemora una victoria sobre tropas carlistas, desde siempre considerada como un símbolo del espíritu liberal de la urbe, cuando liberal era otra cosa). Una ventolera, digo, que azotaba esta tarde la espalda soleada de la AP-2, ésa en la que he sido feliz conduciendo contra el viento y hablando y hablando sobre las metamorfosis a las que nos va sometiendo Internet y este tiempo de simultaneidades en el que vivimos.
A lo mejor dentro de unos días hablo de La arquitectura de tus huesos, aunque no vaya a ser.


Replica a Luisa Miñana Cancelar la respuesta