Yo ejerzo este derecho con convencimiento, porque soy consciente de dos cosas: que la democracia es una fórmula de convivencia basada en el voluntarismo y en la mutua y recíproca confianza entre los individuos y de que no quiero que a ninguno de los dirigentes políticos que temporalmente ocupan los puestos de poder que rige esa convivencia se les olvide nunca que soy yo quien les otorga ese poder. No es una ingenuidad. Las formas son importantes. Son las que ponen nombre a las cosas. Y las cosas tienden a ser como se llaman.
Anoche llegué tarde, ya de madrugada, a casa. Tuve que irme aprisa al Hospital Clínico de Zaragoza, donde el abuelo materno de mi sobrino Daniel pugna por seguir respirando. Por desgracia he pasado unas cuantas horas de mi vida en hospitales, acompañando y cuidando a gente que quiero. Nunca se está preparado, maldita sea.
Justamente antes de recibir la llamada que me hizo salir pitando en un taxi, había asistido, junto a unos puñados de amigos y conocidos, a la primera sesión de Poesía para perdidos. Se trata de un ciclo de encuentros poéticos y musicales que, con el auspicio de la Asociación Aragonesa de Escritores, se va a llevar a cabo en La Campana de los Perdidos, un local zaragozano de larga y enjundiosa raigambre en el panorama cultural y nocturno de la ciudad. Abrió ayer el ciclo Octavio Gómez Milián, con Pablo Malatesta a la guitarra, y le acompañaron en el escenario algunos amigos: Miguel Angel Ortiz Albero, Nacho Tajahuerce y Ana Muñoz. El poeta Fernando Sarría ha colgado algunas fotos de Javier Torres y Ana Muñoz en su blog El error de las hormigas . Manuel Martínez Forega, también poeta, hace una crónica muy vibrante en el suy. Y Ana Muñoz, poeta y musa y fotógrafa experimentadora, invitada de honor en la escena de la Campana, otra estilosísima.


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