
Y reconocer después, a punto ya de atravesar el umbral
que da paso al tiempo de las pérdidas y las reconciliaciones,
que a todo límite corresponde un punto de luz, el inicio
de un nuevo camino, una palabra envenenada por el buen sentido,
una estrella que guíe por los desiertos del frío
los pasos sin destino de todos nuestros muertos,
y ello para aceptar que el saber consiste antes que nada
en soltar lastre, para aprender por fin que el infinito es blanco
y mudo como el vacío y que la sombra y el desconcierto
delimitan con sus nombres los márgenes del camino,
la extensión de este desierto y la mirada que lo atraviesa,
la memoria irredimible de todos los vencidos.
Este es un poema perteneciente al libro
Humus, de
Alfredo Saldaña, recientemente publicado en
Eclipsados, la editorial de Nacho Escuín.
Saldaña maneja el lenguaje como los pintores la veladuras.
Es este un libro quieto y convulso. Quieto porque el ritmo reflexivo es el de quien se sienta a mirar y pensar y a ordenar, junto al mar, o junto a la ventana, convencido de que la orilla es el lugar. Convulso, porque tras la ordenación asoma la inevitable derrota, el estallido del precipicio. Aunque se trata de un estallido controlado, precisamente gracias a la técnica del lengujae poético: la técnica de la reflexión y el lenguaje poético parece salvar al hombre que miraba, ordenaba y sentía el vértigo. El lenguaje ayuda a asumirse como vencido irremediable, pues permite el reconocimiento.
Quedarse con lo esencial es el secreto de la supervivencia.
Humus crece desde una línea existencial y de raigambre existencialista, que reduce a innecesario lo que altera lo esencial.
Se puede o no estar de acuerdo. Pero, Humus es desde luego territorio fértil para el lector. Un libro absolutamente personal, que apuesta por la sobriedad y la elegancia en el tono, por el saber estar.
Replica a ybris Cancelar la respuesta