Me habitas como un río cruza un desierto.
Hay olmos centenarios que derraman sus copas de sombra.
Afuera puede verse el rigor del estío:
la soledad de un día sin un beso tuyo.
Ebrio y desnudo la tarde me fascina con su silencio amarillo.
Todo lo que posees es un ramo de flores silvestres.
El oro puede esconderse en los preámbulos.
Cada vez estamos más cerca.
El vaho caliente de tu respiración me anhela.
Noto las pulsaciones de tu corazón.
Un pájaro pesa lo que una mirada reserva
a una ausencia en lágrimas.
Tengo tu piel sudorosa y tu boca caliente recorriéndome.
Una serpiente entre mis muslos.
Cántaro derrumbado,
agua derramada entre las sábanas.
Canción de invierno.
El fuego se lleva las últimas tristezas.
Ahora tiemblo.
La almohada me resguarda el aroma de tu pelo.
La ventana de la noche te enmarca.
Fumas y un humo infinito se escapa al cielo.
Desnuda y de espaldas me resguarda tu silencio.
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