La fotografía corresponde al Cabo de San Vicente, el segundo punto más al oeste del mapa europeo, después de Finisterre. Me da vértigo pensar en aquellos hombres que creían asomarse al fin del mundo, cuando lo hacían sobre ese océano de oleaje implacable, en ese mismo acantilado que pisé hace unos días. Les tengo envidia. Vivimos ya en un universo sin límites que rebasar. Sin aventuras. Sin epopeya. La única aventura que puedo equiparar a la de aquellos indagadores del vértigo es la del futuro-ficción de un mundo que ya no conoceré. No llegar a saber me da rabia. Por eso tengo envidia.


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