La muchacha, muy joven, figura de Astartet y largo cuello donde anudar
los más bellos pañuelos de seda, si pudiera comprárselos, camina por la calle,
entre los brazos del chico morenísmo,
al compás:
– una sabiduría que sólo corresponde a la naturaleza.
Astartet, top amarillo y un pantalón naranja
más ceñidos a su cuerpo
que la respiración de él, cuesta abajo por la avenida de Puente Virrey.
Ella,
mujer a la que siglos de lluvia han puesto al descubierto en este lugar, camina
cantando una canción envidiablemente alegre
a su novio de siempre. Un canción
que restaura a brochazos los balcones del barrio, que derriba el jazz
metálico de la circulación
y que se cuela en forma de deseo entre los tipos sin apellidos que llenan las tiendas
a la hora de las últimas compras para la cena.
Top amarillo y pantalón naranja: serán esos colores por los que ha llamado
mi atención. Y no por su alegría,
como hubiera debido.
Y pienso:
¿quién le ha dicho a esta muchacha que no pueda vestir
la túnica de plata de Astartet?


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