
Este es el escaparate de la librería Scaramouche (París). La encontramos de casualidad, paseando entre las calles del Beaubourg y del Quartier de l´Horloge. No fui yo quien la vio. Andaba entretenida en el escaparate vecino de La maison de la Poesie, que mostraba unos libros ilustrados guapísimos. Uno de los amigos con los que he recorrido París estos últimos días (ya andamos de vuelta, aysss) lanzó el aviso: ¡Luisa, títeres, mira! (hay que tener amigos así, que te avisan de las cosas que saben buenas para ti, también de las que saben malas). Pero la sorpresa no fue este escaparate un tanto kitsch, sino la librería que anunciaba: un local dedicado a los libros de teatro, de cine sobre todo, donde se venden marionetas y títeres un tanto grotescos, muy coloristas, un poco sarcásticos, y también «cienes y cienes» de afiches de películas, de los de tamaño pequeño, dispuestos en cajones de madera sobre mesas de madera, por orden alfabético: todas las letras del alfabeto escritas a mano en cartones-separadores con pestaña. Los afiches están forrados en plástico, uno a uno, con minuciosidad, con dedicación. Estos afiches ocupan un tercio de la tienda. Los otros dos tercios lo hacen los libros: de teatro, sobre todo de cine, reciente y antiguo, mucho de la «nouvelle vague», pero también cine americano, italiano, etc, etc, y teoría: de la comunicación cinematográfica (por decirlo de alguna forma), del lenguaje cinematográfico, de la historia del cine, sobre directores, actores.. Libros recientes y libros ya antiguos. Además de todo lo otro, París es la ciudad de los libros antiguos, la ciudad en la que los libros parecen dar vueltas y vueltas sobre el tiempo, de aquí para allá, de mostrador en mostrador, de estantería en estantería, y no desaparecen nunca: no hay desdén provinciano por lo anterior, por lo viejo, en París. En París conviven las ediciones de Camus de Gallimard de 1947 (incluso esas otras decimonónicas de tapa rígida y letras de oro de asuntos y autores hoy extraños) y las últimas super coloristas de bolsillo del último premio Goncourt (no recuerdo ahora el nombre): y no pasa nada; más bien: resulta necesaria esa convivencia, natural diría yo: como la vida (que no sólo tiene presente), como la historia (que no es sólo pasado).
Bien, la librería Scaramouche, decíamos. Es lo que se definiría ahora como una librería con «valor añadido», un espacio no sólo destinado a la venta de libros. Un lugar para estar, detenerse, hablar. Hablar con el propietario -que ojea y lee distraído en apariencia por debajo de su melena gris rizada, mientras algunos curiosos vamos dando vueltas y ojeando a nuestra vez, hasta que entiende que ya hay demasiada gente por allí y entonces gira lentamente, se levanta y dice «Bon soir» y sonríe, y ya sabes que si preguntas él contestará-. A los buenos libreros les gusta hablar. Un lugar, Scaramouche, para intercambiar conocimiento y dudas o extrañezas con los demás clientes. Un lugar para confundirse un poco entre las marionetas y títeres, algunos de cumplida estatura. Scaramouche. Una forma de vida, al fin y al cabo.
No me quedé mucho tiempo. No iba sola. Lo hubiera hecho. Posiblemente me hubiera dado allí la hora de cierre, si me dejo llevar. Tiendo a quedarme en sitios tan teatrales como éste. O como la cercana plaza entre la iglesia medieval de Saint Merry y el Museo Pompidou: de Mozart a los síncopados ritmos africanos en menos de un minuto: una plaza = un escenario + notiempo + nogeografía (encontraré el nombre del lugar)
39escalooooneeeees…..: Scaramouche, que la apuntes.
y por si alguien no recuerda bien de qué va la novela (
Scaramouche, claro) de Sabatini—->
un comentario (Ariodante, Hislibris) que me parece bastante majo.
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