
Arrastro un tal grado de bloqueo mental que cuando he ido a teclar la url de este blog para escribir esta nueva entrada no me acordaba de cuál era, esto es tremendo.
No sólo no puedo actualizar estos días ninguno de los blogs (el de
Daniel, el
Pop-pins, o éste), sino que realmente no, como digo, no alcanzo ni a leer, por supuesto mucho menos a escribir – con lo cual, Pop-pins anda mal y se cabrea-, y tampoco me queda mucho aliento ni impulso para salir por ahí, hablar con los amigos (o no amigos), etc. Es un problema de inanidad. De la parálisis que contagia el hospital. El hospital hace vacío alrededor de él. Por lo menos, esa es la sensación que siempre me embarga cuando tengo que pasar temporadas cosida a él. Y eso que – afortunadamente- hasta ahora nunca he sido la enferma. Pero da igual, el cuidador compone una figura/personaje que merecería un denso, aunque humorístico, tratado filosófico -más que psicológico-, y desde luego una novela de perfil centroeuropeo o ruso (que a lo mejor ya está escrita).
Es un tiempo extraño el de los hospitales. Un tiempo que únicamente mide el transcurrir de la enfermedad. Es preciso para sobrevivir desarrollar un cierto síndrome de Estocolmo.
Y eso es una putada.
Y encima se supone que hay que seguir viviendo como si no /
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