El último informe semestral del Gigante (y en absoluto candoroso, eso es cierto) Google sobre su política de transparencia desveló que en los últimos tiempos los diferentes gobiernos mundiales han aumentado su presión para obtener datos acerca de los usuarios; también crecen las solicitudes de retirada de contenidos, y en algunos países la censura sobre el mismo tráfico de información (http://www.google.com/transparencyreport/?hl=es). Nada nuevo. El libro ya sufrió atropellos de igual naturaleza desde el mismo principio de su historia. No hay sino acudir al recuerdo de los incendios de bibliotecas como una acción más de guerra o de invasión, (desde las bibliotecas de Asurbanipal o de Alejandría hasta la de Sarajevo), o a la constatación permanente del ejercicio de poder a través del control jerarquizado de la información (un excelente ejemplo de los mecanismos adecuados para ello, fácil de recordar para todos, lo noveló Umberto Eco en El nombre de la Rosa).
Durante 2.000 años el libro ha sido el objeto central de transmisión del conocimiento. La red de libros distribuidos por el planeta han constituido sin duda un entramado de libertad, expresión individual y colectiva. Su naturaleza de texto fijo, pero portátil a un tiempo, lo convirtieron en un objeto peligroso para algunos poderes, los cuales no tardaron en establecer índices de títulos prohibidos (en España duraron tales índices hasta épocas bien recientes, por ejemplo), o en organizar quemas masivas y públicas (al estilo de las ejecuciones inquisitoriales) de los títulos anatemizados. Pero los libros y sus autores persistieron en su empeño. Los libros siguieron circulando y reproduciéndose de una manera u otra.
El texto fijo pero portátil, propio del libro impreso, se está convirtiendo en nuestro tiempo masivamente en texto fluido, transformable de manera casi continua, y de carácter ya no solo portátil, sino de ubicación prácticamente indeterminada (la famosa Nube de la información digital). La comunicación es instantánea, no importa el lugar del planeta (casi del Cosmos) en el que nos encontremos. Son condiciones en principio totalmente favorables para que la creatividad, la libre expresión de ideas, opiniones e imaginación, fructifiquen para dar lugar a un clima de libertad como nunca lo hubo. Y sin embargo, todos nuestros temores apuntan hacia el punto contrario.
La inmaterialidad aparente que conforma la naturaleza del soporte, en el que contemporáneamente se generan y transmiten ideas y creaciones, aparecía en un primer momento como posibilidad super-democrática de casi total libertad en todos los tramos del proceso comunicativo. No obstante, y como vemos, no han tardado en surgir los instrumentos de control, que no de simple y mera ordenación y catalogación de contenidos. La gran biblioteca mundial que es ahora Google, y en general la World Wide Web, ha empezado a ser fragmentada, indizada, y en algunos países parcialmente condenada al silencio, según intereses políticos y de grupos de presión.
Muchos caminos quedan por recorrer en este nuevo horizonte cultural y social, a los umbrales del cual nos encontramos en esta época nuestra de gozne, de crisis, de múltiples transiciones. La WWW, -la Nube, como ya se conoce al indeterminado (aunque no tanto: seguimos necesitando lugares físicos de almacenamiento, ahora llamados “servidores” o “superordenadores”) universo donde todo el conocimiento – o casi- parece existir en un flujo circular, ramificado, recurrente, sin fin, se ha configurado como el gran “libro de los libros” que diría Borges. Si el libro tradicional, con su discurso diacrónico y jerarquizado, fue, como el propio Borges dijo, extensión de la memoria y de la imaginación, este Libro-Nube de ya ahora mismo lo es mucho más, puesto que aparece como siempre disponible, siempre accesible, siempre cambiante y cambiable, siempre sugestivo y creador, siempre generador de nuevas posibilidades.Todo se ha complicado mucho. Pero también se ha clarificado al mismo tiempo: la imprenta fue el primer paso. Con ella la información empezó a circular más fácil y rápidamente; también se mercantilizó, y de esta manera creció y se diversificó. Ahora, el libro liberado de sí mismo, del soporte sagrado, es más que nunca un instrumento con el que concluir esa ingente tarea social de democratizar realmente el acceso a la cultura y a la reflexiva dignidad individual y colectiva. No es optimismo. Como siempre se sucederán los intentos de controlar, indizar, excluir, conducir y administrar los flujos de información. Como siempre, algunos, muchos, sabremos que la vocación del libro, por humana, es ser libre.
(Artículo aparecido en Barataria, 33 – revista de La Asociación Aragonesa de Amigos del Libro)
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