Si algunas gentes como Trakl, Quasimodo, Marcial, Eliot, Maiakovski, Machado, Brecht o incluso Kavafis (por invocar algunos nombres que en su totalidad o parcialmente a muchos les dirán algo) no hubieran ya en su momento escrito poesía política, habría que inventar su necesidad y apuntalar su lenguaje sólo para que existiera la poesía de Pablo García Casado, cuyo último libro, como sabrán, se llama
García.
Autorreferencialidad, que parece ser el eje (desplazado, normalmente) que se impone en buena parte de la literatura y el pensamiento contemporáneos, seguramente gracias a la perdida de la jerarquización.
No descubro nada (¿qué voy a descubrir yo?), si hablo de la necesidad de los libros de Pablo García, de su calidad, y de la construcción de una obra cimentada en las circunvalaciones de la vida de a pie, que se piensa como vida sin más a través de un lenguaje desincrustado desde ella, para reaparecer elaborado como formulación artística, pero no diferente de la vida de la que procede, y que en su último libro -García- ronda mucho alrededor de la propia entidad vital, atravesando la constatación de la paternidad, de la infancia, de la fragilidad, de las traiciones también.
El equilibrio (autorreferencia y materialidad) que García Casado propone entre experiencia y lenguaje, ya desde Las afueras, le sitúa en la misma línea de flotación que a los clásicos (digo a los clásicos grecolatinos, e incluso a los clásicos del Siglo de Oro), cuando ciertamente el hombre aún era per se la medida de las cosas, un elemento que medía al mundo por sus distancias, y no un superindividuo fagocitador, insaciable caníbal filosófico y vital. No lo señalo con nostalgia ninguna. En absoluto. Se trata de valorar la capacidad de poder por parte del humano sobre el medio, y la incapacidad de ejercerla en adecuada medida.
Además, a algo hay que aludir para explicar esa convicción sin concesiones de García, ese lenguaje sin rincones ni alfombras ni armarios donde ensombrecerse. Todo lo contrarario. Tangibilidad. Tangibilidad del acero, de las baldosas de la cocina, de las carreteras, del paro, del amor en los automóviles, de la muerte del pasado, de la corrupción, del dinero (curiosamente pocas o ninguna pantalla, porque García está por lo tangible). Tangibilidad poética de una obra, en la que bajo sus puñetazos cognitivos y emocionales provoca el estallido de todas las referencias y obliga a mirarse sin concesiones. A mirarse (no en el espejo, no hay pantalla). A mirarse, cuando te miras, miras al de al lado.
Pero García Casado sabe bien cuál es la medida.
La medida: García, el titulo de último libro de Pablo García Casado. García, penínsular, la estirpe.
Todos somos García, Smith, Rossi, Li, Popescu, Mohamed, Müller…
García, un libro en el que Pablo García Casado ha conseguido depurar lo que aparentemente ya no podía depurarse más: respiración que rebota. No trágica (pues no hay ya individuo solo ni romanticismo referencial). Sí dolorosa vida, pues no hay lo que no hay y sólo hay lo que hay.
Como hizo Machado (yo creo que al español siempre se le ha dado bien desdeñar géneros y fronteras), el lenguaje poético de los libros de García busca la prosa, porque busca la vida que comienza y termina día a día. Como Kavafis. Como Marcial. Y como la propia vida, la poesía de García Casado está hecha en muchas ocasiones de material recuperado, recompuesto y reutilizado: publicidad, noticias, sueños, conversaciones, literatura
La poesía, gran factoría de reciclaje. El lenguaje, sin fronteras, sin compartimentos estancos. El lenguaje político, de la polis, en la poética de García Casado. Lenguaje de la koiné contemporánea que se vale de codificaciones intra(no meta)físicas
García y
Fuera de campo=Las afueras+El mapa de América+Dinero
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