Recojo, con el ánimo único de respaldarlas, las voces y denuncias realizadas por otras mujeres en prensa y redes, que alzan sus voces para que sean devueltas a las mujeres afganas.
Hoy en el diario El País, Soledad Gállego-Díaz se asombra, con toda razón, de que la Unión Europea no haya reclamado todavía ante el Tribunal Penal Internacional que se considere crimen contra la Humanidad la situación de las mujeres en Afganistán, cuyas vidas se encuentran literalmente anuladas por más de 100 edictos emitidos por las autoridades talibanas desde su regreso al poder en 2021 (https://elpais.com/ideas/2024-09-01/persecucion-de-mujeres-en-afganistan-a-que-esperamos.html).
También con fecha de hoy, 1 de septiembre de 2024, otro artículo en el mismo periódico, firmado por Máriam Martínez-Bascuñán, recuerda con mucho tino que el sometimiento de las mujeres no es una cuestión de religiones, sino un histórico ejercicio abusivo de poder por parte de estructuras patriarcales: el silencio de las mujeres y su invisibilización deja un espacio social y de poder que la parte masculina puede ocupar (https://elpais.com/opinion/2024-09-01/la-voz-de-las-mujeres-afganas.html).
Aunque también es cierto, añado, e irrebatible que ese poder ha encontrado a lo largo de la historia la connivencia de casi todas las religiones, porque casi todas ellas participan, en lo que hace a sus articulaciones sociales, de la misma jerarquización patriarcal.
Martínez-Bascuñán recuerda la admonición de Telemaco a su madre, Penélope, para que permanezca en casa y en silencio: «la palabra corresponde a los hombres», le dice en el Canto I de la Odisea. «Es una forma de entender el poder, que las mujeres tengan o no voz», afirmaba Mary Beard en una entrevista concedida a Sandra Sabatés para El Intermedio (https://www.youtube.com/watch?v=D3yaNoAJhfk).
Veintiocho siglos después, en la otra orilla del Mediterráneo, García Lorca hablaba del silencio y la invisibilidad de las mujeres en la sociedad patriarcal española de comienzos del siglo XX: el final de La Casa de Bernarda Alba las condena en vida, convierte la casa en una tumba donde reinará el silencio y la sombra, la casa como un gigantesco burka.
La agresión que sufren las mujeres afganas, para las que todo su país se ha convertido en una inmensa y cruel cárcel, procede de un poder que busca su anulación como personas, porque saben que ellas y su voz libre son una amenaza para las tradicionales estructuras de poder.
Quizás nos resulte difícil entender lo que están viviendo las mujeres afganas en su brutal profundidad desde nuestro (en comparación) privilegiado Occidente de hoy. Pero, hagamos memoria de nuestras antepasadas (Irene Vallego escribió hace un tiempo un estupendo artículo al respecto lleno de referencias literarias: https://elpais.com/opinion/2020-09-17/deslenguadas.html) … Y también abramos bien los ojos y los oídos: Almudena Ariza difundía hace unos días en su cuenta de Instagram el enlace a este documental: https://youtu.be/snjpgYnYS84?si=cB_vFjqonWAxHKQJ.
Soledad Gállego-Díaz llama la atención sobre que no se haya declarado como crimen contra la Humanidad esta agresión de género contra la mitad de la población de un país, este inmenso apartheid, según fue dictado en su día por el Tribunal Penal Internacional. Ante las dudas de que la próxima nueva responsable de Exteriores de la UE, Kaja Kallas, vaya a demostrar más contundencia al respecto por parte de la UE, anima a las ciudadanas europeas a llenar de mensajes su buzón, para que se tomen medidas urgentes que abran el proceso de declaración de crimen contra la Humanidad, y apunta una dirección que puede servir para ello: https://european-union.europa.eu/contact-eu/write-us_en . Hay una razón práctica y no menor para intentarlo: por lo menos, garantizaría a las afganas que decidan huir de su país que puedan ser consideradas como asiladas políticas y no sean devueltas a un silencio que, para ellas, es mortal


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