En la de esta tarde éramos todos adultos, menos él, porque su primo y algunos amigos andan ya de vacaciones y no han podido asistir. Es lo que tiene cumplir años en plena canícula. Antes a Daniel no le importaba mucho no tener niños cerca. Pero ahora cada vez está más a gusto con ellos, aunque no tengan problemas. La otra tarde, merendando por la calle, se integró muy bien en el juego de soldados en el que se entretenían dos chicos conocidos; a su manera y ayudado un poco, él estuvo jugando con ellos un buen rato. Esta tarde Daniel se empeñaba en jugar y en saltar y todas esas cosas; y, aunque algo hemos hecho él y yo –que soy un poco gamberra-, los demás adultos no nos acompañaban mucho en esos menesteres. Por eso, creo que el rato que más ha disfrutado ha sido el que ha estado escuchando el nuevo disco de su colección, uno de sus regalos de cumpleaños: esta vez con un montón de canciones pertenecientes a la serie de dibujos animados de Winnie the Poo. Gusto musical variado donde los haya el de Daniel.
En realidad, su cumpleaños comenzó pues a celebrarse el viernes en el campamento. Y ayer también anduvimos con el mismo tema, porque fuimos en busca de juguetes apropiados. Normalmente necesitamos de su colaboración para ver si se adaptan a él o no. Daniel, como todos los niños, se lo pasa de miedo probando juguetes. Y, como todos los niños, los quiere todos. Elegimos los que vimos que le gustaban más y que él podría manejar con facilidad, y creo que ha pasado la noche un tanto nervioso, esperando el día de hoy para poder tomar posesión de sus nuevos juguetes. En otro momento hablaremos de este complicado tema de la inexistencia de juguetes para niños con discapacidad.
Hoy ha seguido muy inquieto, haciendo su inmersión en los juguetes, recibiendo llamadas telefónicas y con la fiesta de la tarde. Las reuniones le cohiben un tanto y le descentran. Pero ha observado con mucho interés su tarta de cumpleaños, con su gran vela en forma de ocho. Me ha tocado comerme una parte de la tarta que tenía un sol dibujado, y Daniel me ha ayudado un poquito. Para finalizar la tarde y retomar la calma necesaria, un nuevo rato de música en plan relajado. Eso lo ha devuelto a su locuacidad habitual en estos tiempos. Supongo que a estas horas ya hará un rato que estará durmiendo. Tres días de cumpleaños son muchos días y agotan a cualquiera. Pero se los merecía por dos razones, cuando menos. Una, porque el miércoles Daniel se cayó del columpio donde jugaba en el campamento; se hizo un chichón considerable, a consecuencia del cual ahora lleva el ojo completamente morado. Un buen susto para todos. Aunque no ha tenido más importancia que ese tremendo moratón y unos cuantos rasguños por la cara. La otra, más positiva, son las buenas noticias que nos dio el doctor Valdizán, su neurólogo, a mitad de semana: como viene sucediendo las últimas veces, la cartografía de Daniel da muy buenos resultados y su cerebro sigue madurando y superándose a sí mismo. No me digáis que lo cuente en término médicos. No sabría.
La foto de Daniel corresponde a un día de excursión a una granja que hizo durante el curso escolar con sus compañeros y profesores del Ángel Riviere. Le están enseñando un cordero, y parece que se lo pasó pipa. La pongo porque me gusta más ésta que las que hoy hemos hecho, que no han estado muy afortunadas. Y porque la risa de Daniel siempre es el mejor regalo que él nos hace a todos.


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