La cinta habla de un verano, el de una familia, en Ibiza, en 1970. Una familia un poco especial en su comportamiento, para la época en España. Pero eso no tiene ninguna importancia, porque estamos hablando del verano, la estación de la libertad (en la infancia y la adolescencia), la estación en la que casi todo parecía posible. Por ese lado fácil de la nostalgia la película me engancha siempre que me la encuentro, y la dejo hacer gustosa.
El padre (Resines) es un actor de éxito y de malas películas, un niño grande, bebedor, que se comporta más como el hermano mayor de sus hijos que como su padre. Se llama Fernando. Julia, la madre (Forqué) ha roto su matrimonio por todo ello, aunque le ama. Es escritora, pero quería ser actriz y su marido no se lo permitió. Fernando está muy arrepentido, pero no puede ser de otra manera, y Julia lo sabe. Julia es la única adulta de esta familia de niños que deben dejar de serlo . Pero en este verano Julia quiere ser únicamente feliz y está dispuesta a que todo sea armónioso y sencilo, y a ser un poco niña ella también, antes de encarar el papel de «La señorita Julia» con el que por fin va a volver a los escenarios.
Todos los hijos (Elena –Adánez-, Verónica –Abascal-, Juan –Rabal- y el fabuloso en su interpretación, Pepón Nieto- Cucho en la peli-) son ya adolescentes y jóvenes preguntándose qué va a ser de ellos en adelante y descubriendo todo el gozo y el dolor de las relaciones amorosas y sexuales. Este de la película parece que será el último verano en libertad de todos ellos, el último verano de verdad.
Por eso la película transpira tranquilidad, lentitud (las del estío mediterráneo). Los conflictos se resuelven sin traumas ni dramas, con la naturalidad propia de la vida sin prisas. Y en esa lentitud crece una tremenda y tierna melancolía –sólo en la contemplación puede nacer la melancolía, enemiga de la acción-, que se plasma en el tono amarillo y naranja de la luz. No hay más atrezzo que una casa junto al mar y su paisaje. La banda sonora es espectacular: Cohen, Joplin, Satie, el mar y el viento.
Un homenaje a la existencia anárquica y libre con la que el que más y el que menos sueña, y que sólo fue posible en aquel tiempo de verano de la infancia y la adolescencia. Y en la cultura hippy, que la película de alguna manera evoca.
No he hecho un post sobre cine porque quiera emular – cosa imposible- a 39 Escalones. Me apetecía hablar de esta película, en mitad de la canícula, porque al verla antesdeayer, de nuevo me di cuenta de que verano tras verano añoro siempre aquellos otros verdaderos veranos ya antiguos.


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