
Creo que la única vez que en mi vida he asistido al rodaje de una película de verdad fue, ya hace mucho caramba, en la plaza de un pueblo de La Rioja, de cuyo nombre no me acuerdo (y es verdad, lo juro). Nos emocionamos como criaturas con la experiencia y disfrutamos el rato que estuvimos por allí, durante el cual a punto estuvimos de actuar como extras. Luego lamenté no haberlo hecho, qué tonta. Evidentemente, entonces no sabíamos de qué película se trataba. Sólo que la estaba dirigiendo Fernán-Gómez y que por allí estaban un montón de actores conocidos y admirados. Cuando empecé a ver la promoción de la película, al año siguiente, me di cuenta del privilegio de que habíamos casualmente disfrutado. Y cuando vi la película en el cine, aún más. Era El viaje a ninguna parte. Me gusta muchísimo esta película. Es un brillante y sentido homenaje a aquellas generaciones de cómicos que valoraban perfectamente el significado de su trabajo en la vida de la gente. Y encima pasaban hambre. No sé qué opinará 39 Escalones, pero a mi me parece una película espléndida, fantástica. Cuando menos, una de las mejores de las última décadas del cine español. Encima habla de teatro.
Otro punto entre mis referencias personales es la obra de teatro y película
Las bicicletas son para el verano. Es un caso de esos raros en que una obra teatral fue estupendamente trasladada al cine, por el director Jaime Chávarri. La estructura escénica de la obra y sus diálogos son de lo mejor de la producción literaria de Fernán-Gómez, a mi juicio. Con cuanta elegancia, inteligencia, precisa ironía y buen puñado de ternura se van desgranando las situaciones cotidianas que provoca una guerra… La famosa escena de las cucharadas de lentejas que van desapareciendo poco a poco a base de que cada miembro de la familia tome una a escondidas, hasta mermar considerablemente el contenido de la perola, seguirá emocionándome siempre. Como el demoledor diálogo del final. Inapelable.
Como inapelable fue su interpretación de don Evaristo Feijoo en la serie Fortunata y Jacinta que, si no recuerdo mal, dirigió Mario Camus, o la de Don Gregorio en La lengua de las mariposas. Pero ésto sería muy largo.
Hace tres años el Centro Dramático de Aragón, en colaboración con el Centro Dramático Nacional, montó una adaptación de la segunda parte de El Quijote. Esta adaptación se la encargaron a Fernán-Gómez, que la escribió en cuatro meses. Morir cuerdo y vivir loco la tituló y la estructuró en un prólogo y seis cuadros. La obra era tan poética como lúcida, tan llena de comprensión y simpatía como de sagaz humor. Escribió entonces Fernando Fernán-Gómez:
“Me preguntaron si sería yo capaz de escribir una obra teatral inspirada en el Quijote, o una adaptación de alguno de sus múltiples episodios, que sirviera para contribuir a la conmemoración del centenario de su publicación. Me sentí halagado; pero también inseguro. Pedí algunos días para reflexionar.Creo recordar que los días que pedí fueron siete u ocho. Unos de aquellos días me sentía capaz de afrontar el encargo; otros absolutamente Incapaz. Durante los días del plazo, Alonso Quijano, “el Bueno”, pasaba de ser el símbolo, la metáfora del ideal, a ser “el tonto del pueblo”, el hazmerreir de los mozos manchegos.
El día en que vencía el plazo me tocó optimista. Y dije que sí.A partir de ese momento ¿me enfrentaba a un loco, a un tonto, a un ser imaginario fruto de la imaginación de un genio? ¿Había echado en olvido que Cide Hamete dijo de su pluma “de ninguno sea tocada”? Y sustituida la pluma por el ordenador ¿debía yo escribir un drama que fuese como una novela de aventuras, un libro de caballerías, una parodia…? Y decidí escribir una tragicomedia de amor. Pero no sé si ha salido otra cosa”.
Replica a Ybris Cancelar la respuesta