Luisamiñana

He ido al fisioterapeuta esta tarde.
A cualquier gesto cotidiano habitual intranscendente le alcanza ahora, en este tiempo-pesadilla, la tormenta.
Porque la tormenta sigue siendo perfecta. Sigue avanzando. No siempre hace ruido.

Me ha contado el fisio esta tarde que justamente hoy hace una semana presenció un suicidio desde el puente de al autopista, el que conecta la Zalfonada con el Actur -la gente de Zaragoza sabe. Para mi, al lado de casa.

Iba yo en el coche – me dice. Vi a la mujer dejar su cuerpo pender hacia afuera. Pensé, qué hace. No podía parar. Miré por el retrovisor. Vi venir detrás de mi, algo lejos, dos camiones. Vi el cuerpo caer. Vi a los camiones cruzados en la autopista.

Nadie lo ha contado.

Acabo de apartarme del  televisor. Veía la Sexta Columna. Me he alejado del televisor por puro dolor. Lo confieso. Pero a pesar de ello, buscad ese programa en la red si no lo habéis estado viendo. Toda la información, ordenada, argumentada, explicada por los diversos sujetos afectados, es de una brutalidad insoportable. En este programa acabo de oít el testimonio de un funcionario de justicia. Cuenta que son más los suicidios. Son más de los que han aparecido en la prensa. Ellos los han visto. No pueden hablar.

La norma que protege la identidad de los suicidas se ha convertido en protectora de las manos que abren las tumbas.

La tormenta perfecta.

Quizás la mujer que se arrojó la semana pasada desde el puente de la autopista en la salida de Zaragoza no había sido deshauciada. Quizás simplemente no pudo más por cualquier otra razón.

Para mí ya es un símbolo. De nuestro cansancio. De nuestra indefensión. Confíabamos en un sistema que nos cuidaba. Pobres tontos.

Indefensión. Indefensión general.

Tormenta perfecta.