«Uno es las muertes que ha llorado», cita hoy Ana Pérez Cañamares en su muro de Facebook un comentario que Javier Serrano le ha dejado en uno de sus «estados».
Acaba de difundirse la noticia del fallecimiento de José Luis Sampedro. Y yo lamento esta muerte. Lamento todas las muertes, porque la muerte es por definición intelectual y emocionalmente injusta (aunque no lo sea según naturaleza). Pero lloro las muertes de quienes han contribuido con bondad al mundo, con generosa aportación de su persona. Sampedro lo hizo. Independientemente de su valoración como escritor -no estoy hablando exactamente de eso ahora-, su actuación en el mundo procuró siempre aportar lucidez, equidad y siempre era inteligente. Ser inteligente, generoso y medianamente equitativo es muy complicado.
Lamento todas las muertes, porque la muerte es siempre inverosímil para los humanos. Aunque no para la Naturaleza. Pero lloro muertes como la de Sara Montiel, porque el mundo se enfría con la ausencia de su exuberancia, de su alegría, de su valentía, de su hermosura. Independientemente de su valoración como actriz -no estoy hablando exactamente de eso ahora-, su presencia en el mundo trajo luz en años muy oscuros, repartió libertad en territorios oxidados. Ponerse al mundo por montera y cumplir al cabo de la vida con uno mismo es hartamente complicado.
Lamento todas las muertes, porque la muerte es siempre un punto y aparte para la memoria de los hombres. Aunque no en la memoria universal. Y no lloro la muerte de Margaret Thatcher, porque ella siempre despreció a la gente como yo y porque infligió demasiado dolor y levantó demasiados muros. No puedo compartir la valoración muy generosa que desde ayer recorre los medios de comunicación sobre su talla como estadista. Ejercer el poder a costa de los débiles me ha parecido siempre el camino más simple y fácil de ejercer el poder. Seré más generosa que ella lo fue. Y guardaré silencio sin más ante su muerte.
Y a no ser que la muerte se empeñe, de momento dejaré de hablar de muertos (hablar de muertos y de la muerte es uno de nuestros ejercicios de locuaz compenetración tribal más ancestrales y menos evolucionados; sólo que al rato, se vuelve siempre en contra de uno).
One Pingback