(Texto publicado en El Periódico de Aragón, especial La Cultura que viene, 23 de abril 2015)
Hace ya unos años comencé a coordinar, dentro de las actividades llevadas a cabo por la Asociación Aragonesa de Escritores, las jornadas EscriBit. Pretendíamos reflexionar e indagar sobre las transformaciones que la cultura digital impone en el ámbito de la Literatura y la Escritura y de aquellos otros, como la Educación, con los que se relacionan. La reflexión continúa y también las incertidumbres, pues la llamada Cultura Digital se encuentra, como apuntan los expertos, en una etapa equivalente a la de los incunables para la Era de la Imprenta. Poseemos muchos indicios, pero, hoy por hoy, ningún modelo nuevo e innovador realmente válido ni para la actualidad, ni mucho menos que ofrezca una cierta solvencia de perdurabilidad futura. Por lo menos en lo que se refiere a los instrumentos, los oficios y las maneras del ecosistema productivo propio de la Literatura y la Escritura. Pero no hablemos, como solemos, de fórmulas de generar dinero. Quedémonos en algo tan pequeño como trascendente, sin embargo. Hablemos de la mano que escribe.
A fines de 2014 Finlandia anunció que, aunque mantendrá el aprendizaje de la escritura manual de los caracteres, sustituirá la enseñanza de la caligrafía (letras enlazadas) por la mecanografía. El uso hábil del teclado parece imponerse como más útil, desde una perspectiva económica, para el futuro profesional de los alumnos. Pero, ¿por cuánto tiempo? Porque, si hacemos caso a la industria electrónica e informática, en el futuro los teclados mecanográficos serán unos aparatos ortopédicos bastante primitivos y engorrosos. La generalización de las pantallas táctiles y de los dispositivos super-portátiles, construidos con materiales como el grafeno o la celulosa (los investigados a día de hoy), y capaces además de interactuar con la voz humana, quizás vuelva a colocar los gestos ancestrales de la escritura manual y la oralidad en el centro del aprendizaje y de la comunicación.
Hace un tiempo ya que me niego a enjuiciar la falsa dicotomía entre libro y e-libro. Puestos a concebir futuribles, me emociona más, por ejemplo, imaginar como será mi propia Holosala de casa, en la que a través de un hololibro convocaré a su autor para que él mismo me lea su historia, o simplemente charlar con él. Eso sí que sería pura Literatura digital, como la de toda la vida.
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