Nací en la Plaza Real de Barcelona. Era Abril.
Nací en la clínica de la mutua que daba cobertura sanitaria a los trabajadores del Born, el mercado de frutas y verduras de Barcelona. Allí trabajó mi padre desde que, muchacho, llegó a la ciudad hasta que regresamos a Aragón, veinte años después. Vivíamos en Felip(e) II, distrito de Vilapicina, en Nou Barris, metro Virrei (y) Amat. Ahí estaba mi territorio de infancia. Ahí sigue y en la calle Mallorca, en la casa de los Sol, donde mi madre trabajó hasta que se casó. Donde siguieron trabajando las dos hermanas pequeñas de mi madre, como lo había hecho igualmente la mayor. Todas allí. Todas llegaron desde la orilla del Jalón a la casa de los Sol en el Eixample, de la que salían para casarse. Yo jugaban con las dos niñas Sol que eran más o menos de mi edad. Jugaba, sin más, nos entendíamos bien. Extensiones de ese territorio propio eran el mismo Born, a donde acompañaba algunas veces, los domingos por la tarde, a mi padre (había que vigilar las cámaras que guardaban la fruta), el Puerto, las Ramblas, el colegio Timbaler del Bruc y el Metro, que siempre me ha fascinado ya en cualquier ciudad.
Mi infancia es Cataluña. Y esto que acabo de escribir una real y puñetera pequeña historia de la sentimentalidad. Esa que nunca cuenta para nadie.
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