Sin confianza

Hace unos días me llama Endesa (¡uupppssss!: eso exclamé cuando se identificó la operadora como «agente de»). A continuación directamente me cabreé, con un cabreo de los que yo pocas veces alcanzó, o al menos manifiesto: juré y amenazé y amenazé y juré. La operadora me contaba que estaban a punto de pasar a cobro una descomunal factura por consumo de gas, completamente fuera de la realidad. Juré y amenazé, mucho, en consecuencia. Pero lo cierto es que la pobre y paciente mujer únicamente quería avisarme. Únicamente quería que supiera que iba a retener la factura para que no pasara a cobro por el banco, hasta que yo hiciera una lectura correcta del contador y se lo comunicara. Que ya veía ella que aquello no podía ser. Colgué el teléfono más cabreada que una mona, y sin tener muy claro que la estratosférica cantidad de euros no fuera a ser esquilmada de la cuenta corriente de mi santa madre. Al final, tras algunas vueltas y revueltas, todo se solucionó bien.

Entonces, ¿por qué mi cabreo inicial por la directa y sin margen? ¿Por qué mi desconfianza?

Pues, por eso mismo. Por la desconfianza.

Endesa me hizo sufrir bastante el año pasado con el temita de las lecturas estimadas y demás. Así que ahora me cuesta mucho creer en ella. A pesar de la buena disposición y la comprensión de las tres operadoras con las que fui esta vez hablando, hasta lograr solucionar el asunto, del cual, además, en esta ocasión, no había sido Endesa la directamente causante (aunque sí la responsable última, por hacer dejación de su responsabilidad de realizar una correcta lectura de contadores, que no creo sea una labor a la que estén obligados los usuarios, aunque muchas veces la lleven a cabo).

Desconfianza. Todo lo llena en estos tiempos la desconfianza. La ruptura de los pactos económicos, sociales, culturales, morales a la que había llegado el estado del bienestar nos ha sumido en la absoluta desconfianza entre unos y otros. Entre los bancos, entre estos y las empresas, entre unas y otras empresas, entre los ciudadanos y los gobiernos… Desconfianza y miedo. Malos ingredientes para ninguna receta de construcción de futuro.

A su manera, y en términos, macro-económicos, incluso el ministro de Guindos lo ha dicho hoy:

«los mecanismos de transmisión de las políticas de ayuda están rotos»

(http://economia.elpais.com/economia/2013/04/12/agencias/1365754050_761576.html).

Y, a lo mejor, ya es tarde.

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