«En el Actur, igual que en Nueva York, necesitamos centros de negocios para proporcionar trabajo temporal a los cientos de miles de poetas y fantasmas poéticos que en oleadas llegan desde las azoteas, desde las discotecas y los bares de moda, empachados de versos, desde los suplementos culturales, regurgitando arcilla y masticando miasmas que rebosan por las alcantarillas en forma de ordenada realidad. Poetas de la condenación del universo entero se citan en el Actur. Poesía y cadáveres son el genoma oculto de la vida en el barrio. Es la arcilla podrida de los siglos la que causa la palidez famosa y la bohemia endémica en los poetas que eternamente vagan por las calles del Actur. La arcilla enriquecida por batallas inútiles libradas al pie de la ciudad y por cadáveres. El barro putrefacto de la vida perdida y de la eternidad. Cuanto es y no es:
Poesía. Eternidad. Cadáveres.
Pero, a pesar de todo, soy alegremente feliz por las mañanas. Soy feliz, a pesar de las profundidades pantanosas, de los cadáveres y de la eternidad. A pesar de mi misma, a pesar de los miles de millones de poetas vampíricos, inmortales e ilustres que me acechan. Los saludo. Somos afortunados, finalmente, por el sol y los árboles. También por los poetas, que forman invisibles contrafuertes para los muros débiles y medio transparentes del pequeño Trade Center en el que despachamos, mañana tras mañana, nuestras vidas. Como si no existieran la poesía ni la vida.»
Bueno, esto es el final de un poema que se incluye en «Ciudades inteligentes». Se llama el poema Realidad Aumentada.
Lo transcribo (sin respetar la cierta versificación porque wordpress no termina de entenderla) por una cuestión anecdótica, pero menos. Veréis, estos días de ya mitad verano no tengo las neuronas demasiado ágiles. Acuso saturación. Aún no he tenido vacaciones. Me ensofo un poco más de lo habitual delante de la televisión. Hace dos o tres noches me encuentro con un documental histórico sobre Carlomagno. Estaba bien, docudramatizado con mucha enjundia, así que me quedé. De repente, veo al gran Carlomagno, desesperado, durante el infructuoso para él asedio a Zaragoza, en el año 778 creo; veo a Carlomagno al frente de su ejército que está acampado sobre la misma tierra sobre la que en ese momento yo presencio en la televisión la recreación de su fracaso. Carlomagno ordena la retirada de su ejército, y su ejército desocupa el mismo lugar en el que yo estoy ahora.
Veréis, el barrio zaragozano del Actur, situado en la margen izquierda del Ebro – y que algunos habréis visitado, quizás sin saberlo, pues en él se emplaza el espacio donde se celebró la Expo Zaragoza 2008-, ha sido siempre el lugar desde donde la ciudad ha sufrido todos los asedios. Una amplia explanada tunelada por los acuíferos del río. No ha sido realmente incorporada a la vida urbana hasta hace poco más de treinta años. Seguramente por las dificultades para construir en el terreno; también seguramente por esos malos recuerdos del inconsciente colectivo. Desde aquí y desde los vecinos montes de Juslibol fue desde donde Alfonso I lanzó la reconquista cristiana de la ciudad; eso quiere decir Juslibol, Deus illud vult, Deus lo vult (el grito de honor de la Orden del Santo Sepulcro). Y aquí también plantó su campamento el ejército napoleónico durante los asedios bestiales que sufrió la ciudad en esa mal llamada Guerra de la Independencia.
Las calles del barrio tienen en su mayoría nombres de poetas que escribieron en lengua castellana. Ha habido muchos poetas en lengua castellana, porque el barrio es bastante grande. Quizás también fue el inconsciente colectivo lo que empujó a recubrir de poesía tanta historia sangrienta…
En fin, todo ésto explica en parte el fragmento del poema … Los ciudadanos del barrio del Actur (oficialmente Rey Fernando) lo habrán entendido sin duda.
Deja una respuesta