Seguro que una de las cosas (no prácticas) que nos decidió (hace años) a elegir Cambrils para tener un lugar propio y personal cerca del mar, fue un bar que había en el Paseo Marítimo, justo en frente al Club Náutico, que se llamaba Voramar. Voramar, en efecto, un bar a la orilla misma del mar; imposible superar la potencia evocadora de un nombre así.

Era un bar de los de “siempre”. Era un bar ya bastante destartalado en aquel entonces, aunque además de ese nombre inmenso, contenía un magnífico y gigantesco pino mediterráneo dentro de su terraza abierta al mar. Era claro que el bar había crecido en torno al enorme pino, salvado (entonces, ya no) de la tala general (los pinos inundaron una vez la Playa del Prat d´en Forest, como su denominación cuenta todavía y como atestigua el domesticado y archicentenario Pi Rodó) acaso porque bajo su sombra estupenda alguien tuvo la idea de ubicar una terraza con bar, en la que esconderse del sol un rato en los días de playa.
Fue una de las señas de identidad del paisaje urbano costero de Cambrils. Desapareció hace ya algunos años. Antes incluso, si no recuerdo mal, de la transformación de la zona del Puerto (Consolat del Mar), que, a mi juicio, sí ha sido una renovación urbanística que la ciudad precisaba, teniendo en cuenta su condición de centro costero turístico, aunque quizás debería haberse decantado por un mobiliario urbano más decandentista, al fin de conservar las referencias. Porque lamentablemente cada vez el puerto de Cambrils se parece más a cualquier otro lugar de la costa peninsular. Se tiende en general a la homogeneización. Mal comprendida y extendida. Se tiende a la homogenización por la vulgarización aburrida.
De Cambrils han desaparecido ya muchas señas de su identidad. Viejos y estupendos restaurantes (Rovira, Casa Gatell), famosos en toda la zona y más allá, el mercado del Pósito … Recientemente los gigantescos pinos de la Plaza de Aragón.
No suelo ser nostálgica. Nunca pensaré que lo pasado fue mejor (tampoco que el futuro lo vaya a ser). Pero lamento la tendencia ibérica a la destrucción sistemática de las huellas del pasado. No sé exactamente si es una cuestión cultural o de mera especulación económica cortoplacista. Pero por estas latitudes, renovar siempre termina siendo sinónimo de meter la excavadora y cortar de raíz, borrar del mapa. Por no salir de Cambrils, recuerdo que hace unos pocos años alguien propuso un plan para derribar todo un barrio del centro de la zona del puerto, constituido por edificios de apartamentos construidos en los años sesenta y setenta, y ya ciertamente deteriorados, con la idea de levantar un barrio de nueva planta, lleno, por supuesto. de mas lujosos edificios con los que seguir especulando. Burradas como estas eran posibles hace muy poco y pueden volver a serlo, claro.
En este universo global, siguen siendo precisas las referencias concretas. Lo uno no debería restar lo otro. El escritor Knausgard habla en su novela “Un hombre enamorado” de los bares centenarios de Estocolmo, como los que también existen en Londres, o en París (el café Le Domme, La Coupoule…), en Praga, en La Habana, en … . Porque necesitamos reconocer no sólo la historia grande de los monumentos artísticos, sino también nuestra historia más cotidiana y próxima, la de quienes vivieron como nosotros en bares, restaurantes, plazas, calles… Se trata de no perder las referencias.
A las ciudades se vuelve no por lo que se parecen a otras, sino por lo que las individualiza. Es cierto que en la costa existe el mar. El mar parece ser la garantía de continuidad de la afluencia turística en las tierras ibéricas. Pero, como diría el poeta – y algunos hechos recientes, en la mente de todos, supongo, de turismo en degeneración acívica y acultural progresiva, certifican-, el mar no es suficiente. Y los poetas saben.
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