Pienso en voz alta.
Guillermo Zapata es designado concejal de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid, como miembro de una candidatura de unidad popular, cuyo programa electoral incluye medidas que responden a lo que desde las revoluciones del XIX e ha entendido como una ideología de izquierdas.
A Guillermo Zapata (como imagino habrá ocurrido con el resto de concejales de dicha candidatura) se le va a investigar a fondo, incluido, claro su uso de las redes sociales. Así que hallan unos muy desafortunados tuits que reproducen perversos chistes sobre el holocausto, el terrorismo.
Pero estos tuits son de hace cuatro años. Y cuatro años en nuestro tiempo es muchísimo tiempo.
Sin embargo, tenemos que aprender que la omnipresencia de los datos está anulando los procesos de desaparición y olvido higiénico de la información.
También tenemos que saber que en esta época de cambios tecnoculturales fundamentales se dan este tipo de disonancias y asintonías: usamos la redes sin haber aprendido realmente a hacerlo; nos aventuramos en la jungla sin los instrumentos necesarios, sin advertir sus riesgos. Y cometemos torpezas, imprudencias, y utilizamos mal y fuera de contexto el lenguaje. En este mundo enredado no podemos ocultar nada. Por tanto, no debemos tener nada que ocultar. Pero habrá de ser en función de lo que demande el contexto vital de cada uno.
Es decir, la omnipresencia de la información, casi indeleble, nos obliga a redefinir nuestras relaciones sociales a todos los niveles.
Pero tendremos que aprender.
Una de las reflexiones más acertadas y totales de entre todas las declaraciones y textos vertidos en tan sólo 24 horas, al respecto de los tuits de Zapata, es este artículo de Nacho Vigalondo en eldiario.es. http://www.eldiario.es/zonacritica/Zapata_6_399020095.html, un artículo que ha puesto en marcha el hastag y la iniciativa #esteeszapata, que intenta evitar el cese como concejal del escritor. Personalmente, ese cese me parece insoslayable, o debería serlo, dadas las circunstancias en las que el clamor a su favor se produce. Y no sólo por ese clamor. Sino porque para quienes no le conocemos personalmente o no conocemos con detalle su trayectoria pública (que el artículo defiende), esas frases dolorosas, por muy descontextualizadas que ahora se encuentren, siembran dudas en un momento harto inoportuno.
Dicho esto, sí que creo, coincidiendo con Vigalondo, en que este caso debería ayudarnos a reflexionar para el futuro sobre como interpretar esta realidad nueva y también, más que todo, sobre cómo actuar en ella:
» Pero, siendo optimista, quiero pensar que la solución pasará por un proceso educativo que nos dé herramientas para defendernos, pero también nos ayude a traducir y entender la expresión del otro. Que aprendamos a ser críticos sin ser sádicos. Que sepamos cuestionar sin agredir, denunciar sin linchar. Que tengamos una visión lo suficientemente y firme del antisemitismo, de la homofobia, del machismo, del racismo y demás motores del odio como para condenarlos de manera incondicional pero, a la vez, sin consentir que se utilicen como moneda de cambio en maniobras oportunistas, por muy próximas que estén a nuestra agenda política. Que ser de izquierdas o de derechas no te vuelva ciego o hipersensible en función de quién y cómo ha patinado. Que, sobre todo, redescubramos la posibilidad de disculparnos y perdonar, dos comportamientos que nos inculcan de niños, pero que se convierten en objeto de indiferencia, desprecio o burla en las columnas y titulares que leemos de adultos».
Perfecto.Punto
Me gustaMe gusta