Un tipo de Tarragona, que violó hace años a una adolescente de 16 años (la hija de una amiga), va a zafarse de la cárcel a causa de la dilación del proceso judicial. La chica ya no ha estado bien nunca desde entonces.
Un tipo de Sevilla, que abusó sexualmente y extorsionó mediante amenazas a sus alumnas y compañeras de Universidad, ha seguido dando clase hasta hoy mismo, mientras las víctimas tuvieron que abandonar sus lugares de estudio y trabajo durante un tiempo.
Un tipo que fue entrenador de atletas de élite, ha sido detenido al fin al cabo de años y años de practicar abusos a sus pupilos con impunidad e incluso ocultación por parte de su entorno
Un tipo exvicario general de Guipuzkoa ha sido por fin condenado en procedimiento eclesial por el obispado de San Sebastián, por haber realizado abusos sexuales a menores entre 2001 y 2005.
Un tipo ha sido detenido, tras haber sido denunciado por un chico adolescente a quien sedujo torticeramente por medio de las redes sociales, y a quien manipuló sexualmente haciéndole creer que era su amo y podía obligarle a relaciones sexuales con cualquiera que él ordenase, en escenarios y formas vejatorias.
Un tipo que ha estafado a un montón de gente manipulando el estado de salud de su propia hija, traficó también sexualmente con ella. La policía ha encontrado imágenes explícitamente sexuales de su propia hija en un dispositivo de memoria digital.
A lo largo de un solo día, el de hoy, se han ido acumulando noticias sobre abusos relacionados con el sexo. Y estos últimos dos hechos no pueden dejar de recordarme, aunque sólo en parte, a la historia narrada en la magnifica novela “Nefando” por Mónica Ojeda (Ed. Candaya), recién publicada el año pasado. Ficción y no ficción tan próximas, haciendo visible a poco que arañemos una realidad casi insoportable: la impunidad, la hipocresía y doble moral con que la sociedad ha reaccionado desde siempre al ejercicio abusivo del poder de unos individuos (casi siempre hombres) sobre otros (casi siempre mujeres y menores) a través del sexo. Da igual si se protege el sexo como una sacrosanta esfera de libertad individual, como si se le somete a rígidas y desiguales normas sociales (según épocas y/o regímenes socio-politicos), el sexo ha sido la coartada universal para el lado más oscuro de la convivencia, para el ejercicio de poder abusivo y violento, para la indignidad. Y lo sigue siendo, y lo seguirá siendo, mientras escuchemos argumentos demenciales como el del magistrado de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, Antonio Salas, vinculando el ejercicio de la violencia machista como algo meramente consecuencia de la naturaleza humana, del dominio del más fuerte e inteligente (según Salas) sobre el débil. ¿A qué famosa doctrina del horror me recuerda esto? Muy naturalmente asqueroso todo.
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