Aprendí a escribir con lápiz de grafito, rellenando líneas de los cuadernos Rubio. Tengo la edad suficiente como para haber utilizado, y con algunas experimentado, casi todas las técnicas y herramientas para la escritura conocidas, exceptuadas -claro- cuantas precedieron en la Historia al lápiz y al papel, aunque alguna vez he jugado con la cera y el estilete y también algún escrito sobre pared (hogareña o callejera) perpetré en tiempos, armada de lápiz, brocha o incluso aerosol. No creo, no obstante, que a estas esporádicas y mínimas experiencias, bastante automáticas por otra parte, construidas entre mi mano derecha y mi cerebro, se les pueda considerar escritura. Sí lo eran mis ejercicios caligráficos en los cuadernos Rubio, y más tarde mis sesiones como copista, a partir de los 4 ó 5 años, de párrafos del libro escolar llamado Parvulito, de la enciclopedia Alvárez, de cuentos y libros infantiles.
El placer del acto de copiar un texto y su sentido, desplegando el material necesario (libros, cuaderno, plumier y su contenido, televisión al fondo) sobre la mesa del comedor, es uno de los recuerdos todavía más vívidos y amados de mi infancia. Si la escritura es tu forma de organizarte un poco la vida, no te queda otro remedio que apropiarte de cuantos instrumentos le conciernan, por mucho que las herramientas cambien, no importa lo que tengas que dejar atrás o ir llevando contigo. Del lápiz sobre el cuaderno rayado al puntero electrónico sobre el ipad ha transcurrido mi vida, su geografía y las incertidumbres: EscrituraEspacioTiempo (claro). Cada nueva herramienta ha sido un crecimiento. El lápiz de grafito llevaba aparejado un estado natural de aprendizaje. No se entendía el lápiz sin la goma: tiempo pues de ensayo, de prueba y error, de titubeos propios de la edad temprana y el mundo en blanco. Muy diferente aquel aprendizaje al de los niños de hoy, usuarios casi desde su nacimiento del pequeño dedo de dios en la pantalla táctil , mundo prepoblado (no en blanco), en el que la huella digital sustituye al acto voluntario y consciente del aprendizaje de la propia firma personal. Los cambios en la escritura y en sus instrumentos traslucen los cambios en la formulación de la propia conciencia personal. La evolución del gesto tiene su reflejo en el cerebro plástico que nos organiza la vida. El puntero electrónico nos permite recuperar en las pantallas el gesto caligráfico, el trazo humano. Y también la tachadura, una acción ya vinculada antaño a un estadio que se entendía más hábil en la escritura: la del bolígrafo. Del boli y el tachón, hablamos en otro texto Escribit próximo.
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