“A las niñas se nos educaba para la esclavitud”. La web de La Ser (http://bit.ly/2vczADJ) ha situado esta frase como titular de la entrevista que le hicieron en el programa Hoy por Hoy a la actriz Nuria González. He escuchado la entrevista entera y, en efecto, es el encabezado perfecto para la descripción que la actriz ha realizado de la educación de las mujeres durante la dictadura franquista. De ello va la obra “El florido pensil, niñas”, ahora promocionada (http://bit.ly/2wPJASL )
A comienzos del verano leí la novela “El cuento de la criada” (The Handmaid’s Tale) y en paralelo vi la serie basada en el libro de Margaret Atwood, ambos excelentes. El argumento sitúa la distopía narrada en un momento futuro indeterminado en el que en los USA se ha producido un golpe de estado involucionista, basado en dogmas religiosos que aplican a pie de la letra la Biblia como norma de ley y justificación del poder dictatorial ejercido por una élite. Con un escenario mundial en el que la infertilidad humana es la principal y extrema preocupación de todos los gobiernos, y una situación de guerra civil, consecuente al golpe, en lo que fue Estados Unidos, las mujeres se convierten en las víctimas más evidentes de la total restricción de libertad que sufre el grueso de la población del nuevo país. Entre ellas hay clases, lógicamente. Fundamentalmente, las esposas y las criadas. En los primeros momentos de la nueva situación, las mujeres son todas expulsadas de sus trabajos y pierden sus tarjetas de crédito, que pasan a estar a nombre del varón familiarmente más próximo. Todas las mujeres pierden su autonomía. A continuación, aquellas que fueron todavía capaces de dar a luz a algún hijo, son secuestradas, separadas de los suyos y convertidas en vientres socio-políticos, al servicio sucesivo de los varones de las élites infértiles y sus mujeres, que coparticipan en las violaciones de una manera perversa y aberrante. Todo ello, mientras los niños y niñas arrebatados a sus padres comienzan a ser educados y adoctrinados para la nueva sociedad.
He leído algunas entrevistas hechas a Atwood, y también diferentes comentarios y artículos sobre la novela y la serie. En casi todos ellos aparecen citadas distintas referencias reales para la situación descrita por la novelista. Algunas fueron las utilizadas por ella misma para la redacción de la historia a mediados de los ochenta: la Mayoría Moral en Norteamerica, el régimen ayatolá. La escritora, en las actuales reediciones de libro, ha añadido otras situaciones históricas: el programa Lebensborn de las SS, la esclavitud en Norteamerica, el robo de niños durante la dictadura argentina … Podríamos seguir sumando más, claro, y algunos de los artículos que hablan de la novela y la serie lo hacen (ISIS, Boko Haran …).
Tengo que añadir a todas ellas la larga dictadura franquista, duramente sufrida por las mujeres que la vivieron en sus propias alma y carne (o viceversa) y también por las que, en los epígonos de la dictadura y primeros pasos de una democracia trufada por muchas inercias históricas perversas, respiramos el tufo de una educación y una doctrina castrante y esclavista. Me asombra un poco que no se hable de los paralelismos entre situaciones que plantea la narración de Atwood y la historia de las mujeres en la España sometida a Franco: sin autonomía económica, relegadas y muchas veces expulsadas del mundo laboral, con una estricta normativa en el vestir, en el comportamiento, respecto a los lugares por donde se podía ir o no, en los horarios de salida y vuelta a casa, adoctrinadas respecto al sentido meramente reproductivo y siempre pecaminoso del sexo, al que sin embargo –paradoja burda y enloquecedora- no podían negarse, violadas muchas veces en el seno del matrimonio, y tolerantes (por obligación de la doble moral del bienpensante nacionalcatolicismo) con las infidelidades de los varones, que nunca cometían adulterio, mientras ellas podían ser juzgadas y condenadas (incluso ejecutadas) por ese delito (que sólo lo era para ellas).
Como en la historia de Atwood, también había grados para esta esclavitud. En España, como en Argentina, hubo robo de niños, en un largo y terrible expolio de hijos, que arranca en las cárceles donde se recluyó a las mujeres republicanas, y continuó, más allá incluso de la dictadura, en un inmundo comercio realizado en determinadas clínicas por oscuros personajes, próximos como siempre a algunas élites. Y en España hubo también una larga historia de insolidaridad entre las mujeres, como plantea Atwood. En esa triste insolidaridad, las mujeres sin apenas instrucción, las pobres y empobrecidas tras la guerra civil, fueron las que nunca tuvieron la mínima posibilidad de adquirir las herramientas emocionales e intelectuales que pudieran haberlas ayudado a poner en duda la verdad y necesidad de aquel adoctrinamiento castrante, que las privó sin pestañear de tantas cosas en sus vidas.
La distopía futurista de Margaret Atwood la vivieron en la realidad de España millones de mujeres durante cuarenta años del siglo XX. El régimen de dependencia y sumisión impuesto a las mujeres fue un elemento fundamental y nuclear de la estructura social que armó el estado dictatorial franquista. Sin embargo, de alguna manera, y a pesar de lo ya publicado y relatado, no sé por qué sigo teniendo la sensación de que en muchas ocasiones parece que hablamos de cuestione anecdóticas. No sé si es por ello o por la amnesia banal que nos hemos impuesto en los medios de comunicación social, que esta terrible historia de las mujeres en España no se menciona como una de las más similares a lo narrado en El cuento de la criada.
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