(Publicado en Artes&Letras, suplemento cultural de «Heraldo de Aragón», 3 mayo 2018)
En una de las cartas que en el verano de 1843 Ada Lovelace escribió a Charles Babbage, ella establecía: “Suponiendo, por ejemplo, que las relaciones fundamentales de los sonidos tonales en la ciencia de la armonía y de la composición musical fueran susceptibles de tal expresión y tales adaptaciones (se refiere a su representación mediante símbolos lógicos), la máquina podría componer elaboradas y científicas obras musicales de cualquier grado de complejidad”. El matemático Babbage (1791-1871) había desarrollado una máquina analítica para realizar cualquier tipo de cálculo, basándose en el telar mediante tarjetas perforadas de Jacquard. Cuando Ada Lovelace conoce el trabajo de Babbage comprende su alcance mucho mejor que el propio Babbage, quien sólo veía en su máquina una forma de mejorar el cálculo. Pero Ada Lovelace, estaba imaginando algo mucho más trascendental, como deja patente en las notas que desarrolló para acompañar su traducción desde el francés al inglés de un artículo sobre la máquina de Babbage escrito por el ingeniero Luigi Menabrea. Para ella, la máquina analítica podría desarrollar “cualquier función posible”, anticipando así lo que hoy hacen nuestros ordenadores: cualquier contenido (sonido, textos, imágenes, etc.) puede expresarse en forma digital y ser combinado y generado por máquinas. En un arranque casi lírico, buscando palabras que transmitan materialmente lo que ella está intuyendo, Ada escribe en su “nota A”: “la máquina analítica teje patrones algebraicos igual que el telar Jacquard teje flores y hojas”, y le ruega a Babbage que no altere la comparación. Su idea del algoritmo (se considera a Ada la creadora del primer programa informático) no está muy lejos del género actual de la “poesía código”, poemas escritos con todos los recursos del lenguaje informático.
Sin duda, esta forma de conectar ciencia y estética, esta capacidad de imaginar máquinas capaces de componer música, hubiera puesto los pelos de punta al padre de Ada, nacida como Augusta Ada Byron el 10 de diciembre de 1815, hija del poeta George Byron y de Anna Isabella Milbanke. Lord Byron nunca mostró simpatía por el entusiasmo tecnológico despertado al hilo de la revolución industrial, sino que, al contrario, defendió a los luditas, quienes se dedicaban a destruir los telares mecánicos. Por su parte, Anna Isabella, la madre de Ada, fue una mujer estudiosa de las matemáticas y la astronomía, aplicada a la educación de los desfavorecidos (fundó la Ealing Grove School, una institución que combinaba estudio y trabajo en el campo), además de activista por los derechos de las mujeres, y que abandonó a Byron tras un año de matrimonio, llevando con ella a la pequeña Ada de apenas un mes de vida, que nunca volvió a ver a su padre, pues el poeta marchó de Inglaterra en abril de 1816 y murió, como es sabido, en Grecia, en abril de 1824.
La madre de Ada procuró por todos los medios eliminar del carácter de su hija cualquier inclinación o cualidad proveniente del voluble, soñador y pendenciero padre, y consideró que las matemáticas podrían ser un buen antídoto. Sin embargo, Ada demostró que ciencia y poesía no estaban tan alejadas entre sí. De hecho, calificó su trabajo como “ciencia poética”, y a sí misma como “científica, poetisa y analista metafísica”.
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