Artes&Letras, Suplemento de Heraldo de Aragón (28 marzo 2019)
Entre todos los libros del mundo, los libros y cuentos infantiles son los más mágicos. Todos los lectores lo sabemos. Los hacedores de cuentos infantiles siempre se han esmerado con los encantamientos de sus historias, pero también en que el libro fuera evocador como un conjuro y atrapara como el truco del prestidigitador. Recuerdo los cuentos troquelados de mi infancia. Siluetados con la figura del protagonista (bombero, princesa, enfermera, hada), traían en la portada un pequeño objeto identificador: un casco, un termómetro … Si aquella estrategia tan simple me cautivaba, el descubrimiento de los pop-up fue una locura. Me siguen pareciendo maravillosas construcciones y sus creadores genios del papel.
Una experiencia también fascinante, aunque diferente, es la que ofrecen las historias para niños narradas a través de la realidad aumentada. De hecho, esta tecnología, que inserta la historia de ficción en el espacio que nos rodea, cautiva igual -como los cuentos de papel- a niños y mayores. Aplicaciones para los más pequeños (que deberían aprender a usarlas siempre con la supervisión de un adulto, como cualquier otra actividad que emprendan), que adaptan y/o mezclan cuentos de toda la vida con gran potencia visual y una interactividad bastante rica, u otras más sencillas, como las de colorear (la realidad aumentada pone a evolucionar a nuestro alrededor la figura que pintamos), o las dedicadas a la lectoescritura, pueden ser herramientas de diversión y aprendizaje muy eficaces.
Estos días la prensa ha difundido el hecho de que los gurús de la tecnología de Silicon Valey alejan a sus hijos de las pantallas hasta los 14 años. No puedo valorar la decisión, que tendrá razones, aunque sus compañías voceen consignas bien diferentes. Creo que las aplicaciones de narrativa infantil y pedagógicas mediante realidad aumentada reúnen elementos con los que los futuros adultos tendrán que lidiar: interconectividad, familiarización con la inteligencia artificial, etc. No todo en las pantallas es óptimo, por el hecho de que sea innovador. Pero, tampoco todo es tan negativo como el extendido mal uso de la tecnología parece indicar. Más bien se trata de alimentar a ésta con buenos contenidos, equilibradamente utilizados y que potencien la creatividad y las habilidades de cada cual durante y después de la infancia. Lo nocivo no es la pantalla mágica, es el vampírico modelo de negocio.
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