Veréis, imagino que, como yo, la gran mayoría de vosotros estaréis preocupados. Por eso quizás nos ayude a todos que compartamos nuestras preocupaciones. Si no os parece mal, hagamos terapia juntos, queridos, sobre todo los noventa y cinco por ciento de conciudadanos a los que no nos ha colonizado todavía el maligno SARS-Cov-2, nombre del bicho-virus que provoca la enfermedad que hemos llamado Covid-19.
Por ejemplo, a mí me preocupa, precisamente, esta apariencia tan tecno-distópica, tan de diseño, de los nombres del maldito virus y la maldita enfermedad. No por los nombres en sí, sino porque parecen propios del cine o de las series milenaristas, o acaso, claro, adecuados para una realidad a la que el 95% de nosotros hemos asistido desde la distancia de nuestros balcones confinados. Asustados, pero protegidos, y tal vez, me pregunto, si no tan conscientes de lo que sucede como pensábamos. No sé. Es una duda. Y tener estas dudas me preocupa. Igual hubiera sido mejor llamar al virus algo como “bicho que puede dejarte sin pulmones”, y llamar a la enfermedad algo así como “peste invisible”: porque si dices peste, todos entendemos que es malo, muy malo, y si le añades invisible, igual nos da un poquito más de respeto a todos. Y si lo decimos todo junto, «peste invisible que trae el bicho que te puede dejar sin pulmones”, igual interiorizamos y visualizamos realmente las cosas tal y como son. Esto lo expongo así a causa de mi otra preocupación, que igualmente querría compartir con vosotros en este texto-terapia: y es que ha sido dejar los balcones y el aplauso diario (que desapareció de nuestras rutinas en cuanto entró en ellas el paseo y el deporte en la franja de 20-23 horas), digo, ha sido dejar los balcones y volver a lo de siempre. No a lo de siempre del todo, completamente, porque todavía estamos entre fase 0 y fase 2 de desescalada, y esto, queramos o no -aquí ya han aparecido opiniones variadas- limita un poco. Pero ya se ve venir con claridad que aquello de cambiar y mejorar nuestra empatía tras la pandemia era una final de película. ¿Qué queréis?, llamadme agorera y aguafiestas, pero de momento tengo la sensación de que sólo leemos la letra grande de las instrucciones. Cuando nos dijeron «hay que quedarse en casa, punto», lo entendimos bien. Quizás porque no había letra pequeña. Esa letra pequeña, la de las condiciones todavía de nuestra movilidad, que estamos dejando de lado día tras día, casi desde el minuto uno en que nos dijeron que podíamos volver a salir.
No sé, quizás no sea esta una preocupación que tengáis. Aunque yo creo que sí, que también como a mí os preocupa la fragilidad de nuestros propósitos y la facilidad con la que nos dejamos arrastrar por consignas burdas. Y la verdad, me preocupa, porque las consignas no son vacunas ni cuentan lo que ha pasado y pasa en las Ucis, las habitaciones de los hospitales, las casas donde se recuperan los que han sido dados de alta, algunos con secuelas de diferente gravedad, como la paralización muscular, trombos, fuertes dolores de cabeza …
Lo dice bien hoy, en el diariodecordoba.com, Joaquín Pérez Azaústre, en un artículo al que he llegado gracias al muro en Facebook de David Mayor: “Aquí ha faltado ver en el telediario la realidad de los enfermos”. Hace días que yo también lo pienso, y lo hemos comentado con algunos amigos. Aún queda mucho para dejar atrás la pesadilla, y sin embargo ya casi solamente se ve en los medios de comunicación los intolerables (en esta grave situación) enfrentamientos guionados políticos y los reportajes sobre los casos de quebrantamiento de la normativa de las medidas de seguridad. No sé a vosotros, pero a mi son cosas que me preocupan, que me descorazonan. Y eso que nunca he pensado que la pandemia fuera a cambiarnos ni un pelo. Dicit Historia. Pero, quizás pensar entre todos en cómo salir lo mejor posible de esta encrucijada y cuanto más sanos y más mejor, igual nos conviene a todos, incluso a quienes están muy preocupados por la economía (a mí también me preocupa, como supongo que a vosotros), pues, que sepamos, por ahora somos humanos quienes producimos y quienes consumimos. Y también para eso hace falta salud. Y no es letra pequeña.
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